viernes, 26 de junio de 2020

¿Qué es la "vida eterna"?

En oración a su Padre, Jesucristo dijo: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a quien tú has enviado, Jesucristo." (Juan 17:3, NBJ) Estas palabras muestran que vida eterna no es simplemente lo mismo que existencia perpetua o sin fin. La cualidad distintiva de esa vida es una constante relación con Dios, de modo que es algo mucho más grande y enriquecedor que la simple existencia sin fin.

Así, comentando Juan 17:3, The Expositor’s Bible Commentary dice:

La segunda frase define la naturaleza de la vida eterna. No describe un sentido cronológico sino de relación. La vida es envolvimiento activo con el entorno. . . tanto con el físico como con otras personas. La más elevada clase de vida está relacionada con el más elevado entorno. Para la más completa realización de nuestro ser, debemos conocer a Dios. Esto, dice Jesús, constituye la vida eterna. No solo es infinita, puesto que el conocimiento de Dios requeriría una eternidad para que se desarrollara plenamente, sino que cualitativamente debe existir en una dimensión eterna.

Conocemos al Padre como el único Dios verdadero cuando somos exclusivamente devotos a él, le amamos, nos esforzamos por hacer lo que agrada a sus ojos, creemos en su amor profundo y tierno cuidado para con nosotros, incluso cuando nos encaramos a pruebas severas, confiamos en su palabra, y buscamos su ayuda, guía y consuelo. (Proverbios 3:5, 6; 30:5, 6; Mateo 4:10; 22:37; 2 Corintios 1:3, 4; Hebreos 12:7-10; 3:5, 6; Santiago 1:5; 1 Pedro 4:1, 2; 5:7) "Dios es amor", porque el "amor" resume todo lo que él es en su mismo ser. Por eso, conocerle significa ser cariñoso como él es cariñoso, compasivo como él es compasivo, y misericordioso como él es misericordioso. (Mateo 18:21-35; Lucas 6:36; Santiago 2:13; l Juan 4:16, 20, 21).

Los que tratan a los hijos humanos de Dios de un modo lleno de resentimiento, cruel o de un modo despectivo, no le conocen a él. Esas personas quizá tengan un conocimiento intelectual de Dios adquirido por leer las Santas Escrituras, pero no tienen una relación con él. No conocen al Padre, y él no los reconoce como sus hijos. El apóstol Juan escribe a los cristianos:

Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. - 1 Juan 4:7, 8; NBJ.

Sin embargo, conocer al Padre en el sentido de tener una relación con él es imposible sin conocer también a Jesucristo como el que el Padre envió al mundo de la humanidad para que nuestros pecados puedan ser perdonados sobre la base de la fe en la eficacia de la muerte de su Hijo en sacrificio. (Juan 3:16-18; 5:36-40; 6:29; 7:28, 29; 10:36; 11:42; 17:8, 20-26; 1 Juan 2:1-5; 3:23) De nuevo, Juan escribe:

En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos.- 1 Juan 3:16, NBJ.

Sin el Hijo no podríamos llegar a conocer realmente al Dios de amor. Jesús reflejó perfectamente el amor de su Padre y siempre se deleitó en hacer la voluntad de él. (Juan 8:29; 15:9-13) Por eso, rechazar al Hijo significaría rechazar al Padre. Como dijo Jesucristo a ciertos hombres que rehusaron creer en él y que buscaban matarlo: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado." (Juan 8:42, NBJ) Por otro lado, todos los que reconocen que Jesús ha sido enviado por el Padre y tienen fe en él como el Hijo de Dios que dio su vida por ellos, en lugar de permanecer como pecadores condenados con la muerte en mira, vienen a ser poseedores de una nueva vida como hijos amados de Dios y hermanos de Cristo. (Mateo 25:31-45; Hebreos 2:10-18; 1 Juan 3:1) La manifestación externa de su fe es una vida que armoniza con el ejemplo y enseñanzas del Hijo de Dios mostrando de ese modo que de hecho le conocen. (Mateo 7:21-25; Lucas 6:46; Juan 13:13-17, 34, 35; Romanos 15:1-6; 1 Pedro 2:20-24; 1 Juan 2:6).

Puesto que es posible para los humanos tener una relación aprobada con el Padre y su Hijo sobre la base de su fe en Cristo, en las Escrituras se habla de vida eterna como una posesión presente. Las siguientes palabras fueron dirigidas a creyentes: "Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en el Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna." (1 Juan 5:11-13, NBJ).

Sin embargo, los creyentes no disfrutarán la vida eterna en su plenitud hasta que se hallen en estado inmaculado, con sus cuerpos transformados como el cuerpo glorioso del Hijo de Dios. (Filipenses 3:20, 21; 1 Juan 3:2, 3) En aquel tiempo reflejarán perfectamente el amor del Padre y del Hijo. Entonces ellos conocerán en el más pleno sentido a Dios y a su Hijo, y esa maravillosa relación de ser hijos aprobados de Dios y hermanos de Cristo continuará hasta la eternidad. Jesús proveyó esta confianza a los que desearan abandonarlo todo para ser sus leales seguidores: "Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna." (Marcos 10:29-31, NBJ).

RWH
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Reproducción completa del artículo en Mentes Bereanas y publicado aquí con permiso



jueves, 18 de junio de 2020

La importancia de la relación personal con Dios y con su Hijo

Cristo enfatizó la naturaleza personal de esa clase de relación. (Mateo 10:32-33) Su llamada es, "Venid a mí", no venid a una organización o a una iglesia o confesión (Mateo 11:28). De igual modo, en su ilustración de la vid, él no dijo que fuera la vid, que las organizaciones eclesiásticas fueran los sarmientos, y que "vosotros sois los retoños que salen de esos sarmientos," sino más bien dijo: "Yo soy la vid, y vosotros sois los sarmientos", por tanto, directamente conectados con él y residiendo en él. (Juan 15:5) No hay tal cosa como fe colectiva o de grupo, salvo en lo que se refiere a que cada persona de ese grupo expresa su fe de manera personal e individualmente. Sucede como con las convicciones. No puede ser la de un grupo. Debe ser personal, individual. De otro modo, es una convicción que se ha tomado prestada, así como se toma prestada la fe, y eso no es fe en absoluto. 

Esta individualidad se enfatiza repetidamente en las Escrituras.--Romanos 10:9-11 dice:

Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Porque dice la Escritura: 'Todo el que crea en él, no será confundido.'--NBJ. (Nota: Los verbos griegos para "confesar" y "creer" están en singular, dirigidos al individuo.)

En su carta a los Romanos, el apóstol también escribe:

"Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios, pues dice la Escritura: ¡Por mi vida!, dice el Señor, que toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua bendecirá a Dios. Así, pues, cada uno de vosotros dará cuenta de sí mismo a Dios. Romanos 14: 10-12 (BJ).

A la hora del juicio no compareceremos ante Dios y ante su Hijo en calidad de miembros de un grupo religioso o una organización. Nos presentaremos como individuos, "cada uno de nosotros".

Cierto, se hace referencia al "cuerpo de Cristo", ¿Cómo se llega a formar parte del mismo? ¿Acaso mediante la asociación o afiliación a una entidad o iglesia? La Escritura indica que eso carece de importancia al respecto y nada tiene que ver con el asunto, dejando bien claro que se llega a ser miembro únicamente a través de la unión con el Cabeza, el Único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo. 1 Timoteo 2:3-6.

Ser parte del "cuerpo" de Cristo conlleva la "ciudadanía" celestial (Filipenses 3:20; Hebreos 12:18-24). Dicha ciudadanía no depende de una zona geográfica o un entorno particular. El caso del etíope bautizado por Felipe ilustra cómo ninguno de esos factores tiene influencia en ser miembro de ese cuerpo. (Ver Hechos 8:26-39). Después de su bautismo en señal de aceptación de Cristo como su Redentor y Cabeza, el etíope continuó el camino a su tierra natal. Al hacerlo, dejó atrás la región en la que había congregaciones cristianas con hombres en calidad de ancianos o ayudantes al servicio de las necesidades de sus compañeros cristianos. El fue a una región en la que nada de eso existía. A pesar de todo pudo continuar su viaje con "regocijo", dado que la distancia o la soledad no comportan aislamiento del "cuerpo de Cristo", pues la unión con el Cabeza permanece intacta. Tampoco sus circunstancias ponían en peligro o debilitaban de manera alguna su ciudadanía celestial. Sin duda, con el tiempo encontraría algunas personas con las que compartir su fe en el Hijo de Dios, pero entretanto seguía siendo miembro de pleno derecho del "cuerpo de Cristo" como cualquier otro.

Reconociendo estas verdades bíblicas, con respecto a lo que realmente envuelve el ser miembro de la congregación cristiana o "iglesia", el internacionalmente conocido erudito suizo Emil Brunner escribe:

“Allí donde se predica y se cree la Palabra de Dios, donde dos o tres personas se reúnen en el nombre de Cristo, allí está la Iglesia. Puede decirse cualquier otra cosa con respecto a la Iglesia, pero esto es fundamental. Esa afirmación jamás (ni siquiera al día de hoy) ha sido entendida en toda su revolucionaria plenitud. El encuentro de dos o tres personas debe ser reconocido como la Iglesia, si bien en forma imperfecta. Cuando un padre reúne a su alrededor a los de su casa para explicarles el Evangelio a su manera sencilla, o cuando un laico, con todo su corazón, proclama la palabra de Dios a un grupo de jóvenes, ahí está la Iglesia. Quienquiera que se desvía de esta norma, quien piensa que deba incluirse alguna añadidura para conseguir que eso sea una auténtica Iglesia, ha distorsionado el significado del corazón mismo de la fe evangélica. [The Divine Imperative, Emil Brünner (The Wetsminster Press, Philadelphia), 1937, página 529, subrayado nuestro].

Parece algo difícil para muchos el conseguir un sentido de relación personal con Dios y Cristo, y que no dependa de relación subsidiaria con una institución. Algunos parecen casi temer una relación de persona a persona con su Creador y con su Hijo. Seguramente nunca nos sentiríamos a gusto con esa relación, si la consideramos dependiente de nuestra propia perfección, del éxito en ser más ejemplares que otros cristianos en lo que se refiere a conocimiento, sacrificio propio, etc. Apreciamos esta relación por el amor de Dios al dar a su Hijo amado por nosotros. No hay otra base para el sentido de seguridad tan deseable y necesario.

Cualesquiera de los beneficios aparentes por ser miembro de una organización jamás pueden equipararse al maravilloso y confortable consuelo que proporciona esa relación personal. Cristo se asemeja a sí mismo a un pastor que no considera a sus ovejas meramente como una agrupación anónima, sino como alguien que "llama a sus propias ovejas por nombre". (Juan 10:3). El nos conoce y cuida de cada uno de nosotros individualmente. De nuestro amoroso Padre celestial el apóstol escribe: "confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros". 1 Pedro 5:7 (BJ).

Después de la muerte de Cristo se llevó a cabo un proceso de institucionalización entre sus seguidores profesos. La naturaleza personal de la relación de uno con Dios y su Hijo se vio afectada negativamente, experimentó una mengua.

Charles Davis fue por muchos años un sacerdote y teólogo prominente (y editor del diario británico The Clergy Review) en la más grande de las instituciones, la Iglesia Católica. Explicando las razones por las que tomó la decisión de abandonar su afiliación de toda la vida a dicha institución a finales de los 1960s, escribió en su libro A Question of Conscience (Una Cuestión de Conciencia):

“Continúo siendo cristiano, pero he llegado a comprender que la Iglesia tal y como es y actúa en la actualidad es un obstáculo en la vida de los cristianos comprometidos a los que conozco y admiro. No es la fuente de los valores que aprecian y apoyan. Por el contrario, viven en constante tensión y choque con ella. Muchos pueden continuar como católicos romanos tan sólo porque viven su cristianismo al margen de la iglesia institucional y la ignoran en gran medida. Respeto su posición. En el actual período de confusión la gente ha de conllevar su compromiso cristiano de diferentes maneras. Pero su solución no era válida en mi caso; yo estaba demasiado comprometido. Tenía que preguntarme si seguía creyendo en la Iglesia Católica Romana como institución. Me di cuenta de que la respuesta era que no. (Subrayado nuestro).

A continuación puso de manifiesto los asuntos clave que le llevaron a esa convicción:

Para mí, el compromiso cristiano va inseparablemente unido al interés por la verdad y por la gente. Nada de eso veo representado en la Iglesia oficial. Hay interés en la autoridad a costa de la verdad, y me siento constantemente afligido por casos de daño infligido a personas por la actuación de un sistema impersonal y falto de libertad. Además, no creo que la pretensión de la Iglesia en cuanto a institución tenga una base bíblica e histórica suficiente..." (A Question of Conscience, página 16).

Más tarde añade:

“Uno de los factores que me llevó fuera de la Iglesia Católica fue la infelicidad que encontré dentro de ella, siendo víctima de las tensiones destructivas que actualmente marcan su vida. Ahora soy como un hombre que ha saltado de un tiovivo en movimiento, magullado y sacudido, pero con una creciente sensación de quietud y paz.”

Dentro del marco de la institución encontró que:

“... parece prácticamente imposible el mantenimiento de un debate cortés y equilibrado en el que haya opiniones encontradas sobre un asunto acuciante o de interés actual. De inmediato se insufla una atmósfera de censura, pronunciamientos de herejía o error, imputaciones de deslealtad o mala fe... Comencé a plantearme si podría ser el pueblo de Cristo una institución que estaba restringiendo a la gente al punto en que se pusieran trabas anormales para el amor, incluso destruyéndolo con frecuencia.”

Con respecto a la reacción de los responsables en relación al problema, escribió:

“Ellos... persisten en exacerbar la situación mediante llamados a la sumisión y a la inacción paciente bajo el pretexto de la obediencia y el amor. (A Question of Conscience, páginas 20, 21)

Personas con diferentes antecedentes religiosos han llegado a encrucijadas similares en su vida. También a ellos se les puede haber dicho que sencillamente "esperen en el Señor" en tanto permanecen pasivamente sumisos al sistema al que están afiliados. Algunos entienden que sencillamente no pueden conscientemente actuar así. Las palabras de Davis describen la situación de muchos:

No habiendo tenido ante ellos ninguna manera alternativa de ser cristianos, se han desviado de la fe cristiana. La fe de muchas de esas personas podría llevarse a la madurez si se les pudiera mostrar cómo vivir y estructurar socialmente la fe cristiana sin encarcelarse dentro de las estructuras obsoletas de las confesiones existentes... A menudo ellos tienen la sensación de que nadie afronta las mismas dificultades y problemas o siente las mismas necesidades; las directrices oficiales son tan penetrantes, es tan insistente la presión de que cualquier falta de conformidad se debe a culpa personal...   
No reconocen que a menudo es la fe cristiana la que los conduce a rechazar estructuras institucionales que son hostiles al auto-entendimiento y a la libertad del hombre, y a la verdad y al amor cristianos (A Question of Conscience, páginas 237, 238).

La separación de una estructura religiosa que uno encuentra seriamente defectuosa, y la libertad del control de esa estructura no es en sí mismo la solución, no ofrece ninguna garantía de mejora. Algunos que se han separado no son en esencia mejores que antes, no tienen idea de cómo utilizar la libertad cristiana de manera buena y saludable, que honre a Dios; algunos cambian una serie de creencias falsas y verdaderas por otra que igualmente combina creencias falsas y verdaderas. Nuestro interés aquí no está en "sacar personas de alguna organización particular", sino en valorar y profundizar su aprecio de una verdadera relación personal con Dios y Cristo.

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Citas tomadas de A Question of Conscience de Charles Davis (London: Hodder and Stoughton, 1967).
Crédito de la imagen: NASA (la Vía Láctea sobre Mauna Kea)

Reproducción revisada del artículo de Mentes Bereanas, y publicada aquí con permiso



domingo, 7 de junio de 2020

¿Qué significa "conocer a Dios"?

Muchas personas están familiarizadas con las palabras de Jesús en Juan 17:3, “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (NBJ). Sin embargo, ¿qué envuelve "conocer a Dios"?

En las Escrituras, el término "conocer" tiene a menudo un significado que va más allá del sentido básico de un conocimiento intelectual de algo o de alguien. Así, The New International Dictionary of New Testament Theology (vol 2, Pág. 398), lo aplica a cuando

. . . se expresa una relación personal entre el que conoce y el que es conocido. . .

Proverbios 3:5-6 anima, “Confía en Yahvé con todo tu corazón . . . reconócelo en todos tus caminos” (NBJ). La Nueva Biblia de Jerusalén así como otras traducciones, vierten aquí el imperativo hebreo yada' como "reconocer." Aunque esa traducción es aceptable, no puede transmitir a los lectores de habla hispana el sentido preciso del verbo hebreo en ese contexto. [1] El verbo yada' ("conocer") presenta una gran variedad de significados en el hebreo bíblico. En varios contextos, yada' y sus expresiones relacionadas pueden denotar sentido de percepción, aprehensión intelectual, posesión de hechos e información que se puede aprender y transmitir, habilidad práctica, juicio discriminatorio e incluso intimidad física. Sin embargo, cuando yada' tiene a Dios como objeto implica mucho más que simple "conocimiento." Nahúm Sarna escribe: 1 Otras traducciones, sobre todo la Stone Edition Tanach, Young’s Literal Translation, la NET Bible (nota al pie de página), y la de C.K. Barrett (The Gospel According to John, second ed. [Philadelphia: Westminster, 1978], 503.), vierten el imperativo (= da‘ehu) como “conocerle.”

En la concepción bíblica, el conocimiento no tiene ni esencial ni primordialmente raíz en el intelecto o en la actividad mental. Más bien, se basa más en la experiencia y se relaciona con las emociones, de modo que puede abarcar cualidades tales como vínculo, intimidad, cuidado, parentela y reciprocidad (Exodo, JPS Torah Commentary, pág. 5).

Otras obras de referencia apoyan ese punto de vista. "Conocer a Dios," dice el New International Dictionary of Old Testament Theology and Exegesis, "es estar en apropiada relación con él, con los atributos de amor, confianza, respeto y abierta comunicación" (II:313). Otra obra explica que, cuando yada' se refiere a Dios denota "una implicación intensa . . . que excede la mera relación cognitiva" (Theological Lexicon of the Old Testament, s.v. “Yada‘”). Del rey Josías, Dios dijo a través de su profeta: "Juzgaba la causa del necesitado y del pobre. Por eso todo iba bien. ¿No es esto conocerme?" (Jeremías 22:15, 16; NBJ)

Esos comentarios aclaran la estrecha relación que en Proverbios 3:5-6 hay entre confiar y conocer a Dios. "Conocer a Dios" es tener una relación vital con él, una que se caracteriza por la fidelidad y que se basa en el amor, la confianza, y un profundo y permanente aprecio. La confianza y el conocimiento son aspectos integrales e inseparables de esa clase de relación. "Conocer a Dios" en todos los caminos de uno es actuar de un modo que ennoblece esa misma relación, que la fortalece, que la procura cuidar y muestra que se lleva en el corazón por encima de cualquier otra cosa (1 Crón 28:9). Es descansar en Dios, confiar en la rectitud de sus caminos y procurar ser guiado por ellos en toda circunstancia. Ese "conocer a Dios", a él le agrada (Jeremías 9:24; 22:16; Oseas 6:6; Salmos 36:10). En su vida en la tierra, Jesucristo ejemplificó qué significa conocer a Dios: "Veía constantemente al Señor delante de mí" (Hechos 2:25, NBJ; Juan 8:29; vea también el ejemplo de Moisés —Hebreos 11:27).

Por el contrario, mientras que conocer a Dios incluye necesariamente hechos objetivos y precisos, uno pudiera tener conocimiento intelectual de Dios y de sus caminos, y sin embargo todavía no conocerlo. A través de Jeremías, Dios reprendió a los dirigentes religiosos de Israel: "Los sacerdotes no se decían '¿dónde está Yahvé'?; ni los peritos de la Ley me conocían" (Jer 2:8, NBJ). Sin duda, los sacerdotes y otros 'peritos de la Ley' reconocían tanto la existencia de Dios como su poder; seguro que tenían conocimiento intelectual de la Ley de Dios; de igual modo reconocían públicamete su valor - pero no conocían al Dios que la dio: ni le amaban, ni le honraban ni confiaban en Él (Jer 4:22; 9:3-6, 23; Oseas 5:4-5; 8:1-3). Sucedía lo mismo con algunos en el día de Jesús (Juan 7:28-29; 8:15, 19; vea también 5:44). De modo que, cuando Jesús hace referencia a quienes afirmaban que habían hecho muchas obras poderosas en su nombre, y les dice: "Jamás os conocí; apartáos de mí, agentes de iniquidad" (Mateo 7:23, NBJ), ciertamente no quiso dar a entender que él no tuviera conocimiento intelectual de ellos, ya que de otro modo no hubiera llegado a saber que sus pretensiones y devoción no eran genuinas, ni que eran de hecho 'agentes de iniquidad.' Por lo tanto, el que él no los 'conociera' era en el sentido de que no había tenido ninguna relación con ellos, o como parafrasea sus palabras el diccionario antes citado, "Nunca tuve nada que ver con vosotros." Comentando 2ª Corintios 5:21 y la declaración de que "Cristo no conoció pecado", The New International Diccionary of New Testament Theology, dice: "(Esto) no significa que él no tuviera conocimiento intelectual del pecado, sino más bien que personalmente Jesús no tenía nada que ver con ello."

Con notable contraste, el apóstol Pablo pudo decir: "Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día" (2ª Tim 1:12, NBJ). Pablo hablaba con tal convicción no sólo porque conocía las Escrituras, sino porque había confiado sus caminos a Dios, de modo que en varias ocasiones experimentó la veracidad de Dios y de sus promesas. Esa es la razón por la que él halló tanto gozo, debido a su confianza firme tanto en Dios como en su palabra (2ª Cor 4:7; Fil 4:12- 13; 2ª Tim 4:16-19). Confiaba en Dios, porque lo conocía: experimentó su amistad, su cuidado amoroso y su guía. "Conocer a Dios" en ese sentido es de un valor inestimable: tiene como base el firme valor del sacrificio del hijo de Dios, confirmado y sustentado por la Sagrada Escritura, y es promesa y anticipo de los beneficios perdurables de una amistad para siempre con Dios y con su hijo en vida eterna (Juan 17:3; vea también Salmo 84:10-12; Rom 5:6-8; 14:9; Fil 1:21-23; 3:20-21; 2ª Cor 4:18-5:2, 6-8; 1 Tim 6:19).

 

[1] Otras traducciones, sobre todo la Stone Edition Tanach, Young’s Literal Translation, la NET Bible (footnote), y la de C.K. Barrett (The Gospel According to John, second ed. [Philadelphia: Westminster, 1978], 503.), vierten el imperativo (= da‘ehu) como “conocerle.”  

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RFLM - Revisión traducción: Luisa Blanes

Reproducción completa del artículo en Mentes Bereanas y publicado aquí con permiso