“¿Crees tú en el Hijo del Hombre?” (Jn 9:35)
Esta pregunta la hizo Jesús a un ciego de nacimiento al que poco antes había curado. Jesús quería saber si aquel hombre creía en él y esa misma pregunta es pertinente para cada uno de nosotros: ¿Creo en Jesús? Creer en Jesús no puede ser más trascendental para la vida de cada uno ya que él mismo dijo: “el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn 11:25-26) ¿Creemos esto?
¿Qué impide creer en Jesús?
La fe en Jesús no depende de acercarse a él físicamente. Puede llegar a sorprender que muchos contemporáneos de Jesús no creían en él, aunque lo vieron con sus propios ojos y lo escucharon con sus propios oídos. Después que una multitud se beneficiara de su poder milagroso, Jesús les dijo: “aunque me habéis visto, no creéis” (Jn 6:36) Más adelante se explica el motivo de este tipo de incredulidad:
“A pesar de haber hecho Jesús todas estas señales en presencia de ellos, todavía no creían en él. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías: «Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje, y a quién se le ha revelado el poder del Señor?» Por eso no podían creer, pues también había dicho Isaías: «Les ha cegado los ojos y endurecido el corazón, para que no vean con los ojos, ni entiendan con el corazón ni se conviertan; y yo los sane»” (Jn 12:37-40)
Tener un corazón endurecido hizo que muchos judíos no creyeran en Jesús. No podían negar los milagros que veían, pero aun así rechazaron a Jesús como el Mesías. A fin de ocultar esa realidad se autoengañaban con falsos razonamientos, como pasar por alto la bendición de curar enfermedades y fijarse sólo en el día que se realizaban; o cuando le acusaban de que su poder provenía de Satanás.
“Porque Juan fue enviado a ustedes a señalarles el camino de la justicia, y no le creyeron, pero los recaudadores de impuestos y las prostitutas sí le creyeron. E incluso después de ver esto, ustedes no se arrepintieron para creerle” (Mt 21:32)
En estas palabras Jesús apunta un factor para no creer: la ausencia de arrepentimiento. A diferencia de los recaudadores de impuestos y prostitutas, los principales sacerdotes y ancianos ya se creían justos y no sentían la necesidad de arrepentirse, lo cual los hubiera llevado a creer lo que decía Juan el bautista. Del mismo modo, para creer en Jesús se necesita un corazón arrepentido, esto es, reconocer todo aquello que nos aleja de Dios y sentir sincero pesar por ello. Arrepentirse es en un paso previo para creer en el evangelio y recibir el perdón (Mr 1:15; Hech 3:19) Los siguientes versículos exponen otro factor que endurece el corazón:
“No recibo gloria de los hombres; pero os conozco, que no tenéis el amor de Dios en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ese recibiréis. ¿Cómo podéis creer, cuando recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único? ” (Jn 5:41-44)
Jesús ni otorgaba ni recibía gloria de los hombres y esto impedía que muchos judíos creyeran en él. Ellos preferían seguir en un sistema religioso donde el cumplimiento escrupuloso de normas les hacía dignos de obtener la gloria de los hombres. Para ellos, esto era mucho más deseable que complacer humildemente a Dios, por lo que la fe en Jesús no podía surgir. Está claro que la fe y la humildad van de la mano. Por eso, Jesús les dijo en otra ocasión: “vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas” (Jn 10:26) Al utilizar la figura de las ovejas, Jesús señala la disposición mansa y humilde que tienen sus seguidores hacia él, algo que les faltaba a aquellos judíos.
El inicio de la fe
“la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo” (Ro 10:17)
Es necesario conocer el mensaje del evangelio, la palabra de Cristo, para empezar a tener fe. Jesús mismo predijo que así sería, cuando hablando de sus futuros discípulos dijo a su Padre: “Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos” (Jn 17:20) Cuando la palabra de Cristo llega a alguien, Dios puede hacer que obre en su corazón. No obstante, cabe la pregunta de si es posible creer a quien no vemos. La respuesta está en estas palabras de Jesús a su discípulo Tomás:
“Entonces Jesús le dijo: Tú crees porque me has visto, benditos los que creen sin verme” (Jn 20:29)
Estas palabras fueron dirigidas a Tomás, quién necesitó ver a Jesús para creer en su resurrección. Tener fe en Jesús sin haberle visto no solo es posible, sino que además es motivo de bendición. Sucede que muchas veces creemos aquello que deseamos, y la creencia es plena cuando coinciden tanto la mente como el corazón, cuando sabemos objetivamente que es cierto y además deseamos que sea cierto. Por eso, cuando alguien cree en Jesús es afortunado porque significa que en realidad está tan atraído a Jesús que decide creer en él. De esta forma se pasa del “ver para creer” que Tomás necesitó, al “desear creer” para llegar a ver la realidad de Cristo. En este sentido el apóstol Pedro dice:
“El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele. Ustedes lo aman a pesar de no haberlo visto; y, aunque no lo ven ahora, creen en él y se alegran con un gozo indescriptible y glorioso, pues están obteniendo la meta de su fe, que es su salvación” (1 Pe 1:7-9)
Pedro se dirige a los creyentes que no vieron a Jesús personalmente, pero debido al mensaje que oyeron, le creyeron y le amaron. Estos creyentes recibieron el mensaje a través de testigos oculares como los apóstoles y otros discípulos, pero en la actualidad el mensaje lo podemos tener directamente a través de las páginas de los evangelios, ya que para esto se escribieron:
“Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida” (Jn 20:30-31)
Es mediante el estudio y repaso de los evangelios que podemos fomentar la fe en Jesús como el Cristo e Hijo de Dios. Son en estas páginas que relatan su vida y enseñanzas donde adquirimos conocimiento de sus ricas y variadas cualidades, donde podemos discernir los motivos que le llevaron a actuar como lo hizo, así como los asuntos a los que daba más importancia. Este asiduo conocimiento es necesario para cultivar la fe en él.
Andar por fe
Una vez iniciados en la fe, los seguidores de Jesús empiezan a andar por fe, no por vista (2 Cor 5:7). Pero no es tan sencillo. Por ejemplo, tenemos la experiencia del apóstol Pedro que una vez decidió “andar por fe” ¡incluso de manera literal! En una ocasión él y los demás discípulos vieron a Jesús que venía andando sobre el mar. Asombrado ante aquello, Pedro le dijo: “Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre las aguas. Y Él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús. Pero viendo la fuerza del viento tuvo miedo, y empezando a hundirse gritó, diciendo: ¡Señor, sálvame! Y al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Cuando ellos subieron a la barca, el viento se calmó” (Mt 14:25-32)
A Pedro le agradó la idea de poder andar sobre las aguas, y al llamarle Jesús cobró suficiente confianza y empezó literalmente a “andar por fe” sobre las aguas. La fe le sostuvo mientras su atención estaba en Jesús, y habría llegado hasta él si no hubiera dejado de mirarle. Pero cuando atendió a la fuerza del viento entonces le entró miedo, y el miedo le hizo dudar, y la duda disipó la fe que le sostenía sobre el agua. Su fe desapareció cuando apartó la mirada de quien le daba confianza. La valiosa lección que se puede sacar se resume muy bien en estos versículos:
“corramos con perseverancia la carrera que tenemos delante de nosotros puestos los ojos en Jesús, el autor y perfeccionador de la fe” (Heb 12:1-2)
La clave para andar en la fe es mantener la mirada en Jesús; es decir, alimentar constantemente nuestra confianza en él como nuestro Señor y Salvador, sabiendo que su espíritu obrará para nuestro bien. Esto es especialmente necesario cuando enfrentamos situaciones que pueden desestabilizarnos y hundirnos en el mar de las dudas (San 1:6). Pero si nuestra mente y corazón permanecen firmes en Cristo entonces nuestra fe se perfecciona, llegando incluso a la convicción de que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro 8:38-39) Cierto, ninguna distracción nos puede robar la fe en Jesús cuando ‘concentramos la atención en las cosas de arriba, y no en las de la tierra’ (Col 3:2)