En un artículo anterior se vio como la fe de un creyente cobra poder solo cuando lo que se quiere obtener se demanda a Dios. Por ejemplo, a un hombre lisiado de nacimiento, Pedro le curó con estas palabras: “en el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!”, y a quienes presenciaron este milagro les dijo: “¿por qué os maravilláis de esto, o por qué nos miráis así, como si por nuestro propio poder o piedad le hubiéramos hecho andar?”; “por la fe en su nombre, es el nombre de Jesús lo que ha fortalecido a este hombre a quien veis y conocéis; y la fe que viene por medio de Él, le ha dado esta perfecta sanidad en presencia de todos vosotros” (Hch 3:6, 12, 16) Pero ¿Basta con tener fe para confiar en que Dios nos otorgará cualquier cosa que le pidamos? A este respecto debemos considerar varias declaraciones bíblicas donde destacan estas palabras de Jesús:
“Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará” (Jn 15:7)
Jesús repite a sus discípulos la idea de que todo lo que pidan les será concedido, pero aquí introduce una condición previa: Han de permanecer unidos a él y fieles a sus enseñanzas. ¿Qué significa estar unidos a Jesús? En el mismo capítulo encontramos la respuesta: “Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor” (Jn 15:10); “Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando” (Jn 15:14) Así, podemos esperar que Dios haga efectiva nuestra fe sólo si estamos viviendo en obediencia a Jesús. En esta misma línea tenemos las palabras inspiradas de Santiago y Juan:
“cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones” (Snt 4:3). “[Dios] nos dará todo lo que le pidamos, porque obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada” (1 Jn 3:22). “Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Jn 5:14)
No toda petición es atendida por Dios. Aquí vemos que las peticiones hechas para satisfacer los propios deleites no van a tener respuesta. La condición para que Dios nos oiga y conceda lo que pidamos, es que ‘obedezcamos sus mandamientos y hagamos lo que le agrada’, lo que implica que lo que pedimos ha de ser “conforme a su voluntad”.
Con esto presente podemos entender por qué los discípulos de Jesús no realizaron milagros para un beneficio puramente personal. En el Nuevo Testamento encontramos muchas referencias a milagros realizados por los apóstoles para atender importantes necesidades de los demás, sobre todo curaciones y hasta resurrecciones, pero en ningún caso para satisfacer deleites o caprichos personales (2 Co 12:7-8)
Entonces ¿hablaba Jesús en modo literal cuando dijo que sus discípulos podían mover montañas si ejercían suficiente fe? Sí, hablaba literalmente, siempre que permanecieran en sus enseñanzas, y si lo que piden está dentro de la voluntad de Dios. En tal caso, con suficiente fe pueden incluso mover una montaña; pero ninguna petición de este tipo tendrá validez si con ella se pretende hacer alguna exhibición sobrenatural, o por el mero hecho de demostrar a otros o demostrarse a sí mismo que se cuenta con el poder de Dios. Esto no estaría dentro de la voluntad de Dios (ver tentación de Jesús en Mt 4:5-7).
Por tanto, para que Dios responda nuestras peticiones no solo es necesario ejercer suficiente fe en lo que pedimos, sino que además debemos vivir en obediencia a Él y aquello que pedimos debe ser conforme a Su voluntad.
Ver también: El poder de la fe
lunes, 6 de enero de 2020
El poder de la fe
En una ocasión el padre de un muchacho endemoniado solicitó la ayuda de Jesús diciéndole: “si tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos”, a lo que Jesús le respondió: “¿Cómo si tú puedes? Todas las cosas son posibles para el que cree” (Mr 9:22-23)
¿El poder de la fe hace posible todas las cosas? Eso es exactamente lo que dijo Jesús. Y en varias ocasiones lo ejemplifica con casos concretos, como cuando habla de mover montes:
“en verdad os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Pásate de aquí allá”, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt 17:20)
Jesús se estaba refiriendo a un monte literal al que posiblemente señalaba. Quería transmitirles el enorme efecto de la fe. Esto quiere decir que este tipo de fe de algún modo acciona y conduce la energía necesaria para la consecución de un objetivo. Pero ¿de qué tipo de fe está hablando Jesús?
“De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mt 21:21-22)
No se trata de un pretendido poder personal originado en la mente del individuo, sino de una fe depositada en lo que Dios puede hacer, de un convencimiento absoluto y pleno de que lo que ‘pedimos en oración’ lo recibiremos gracias al poder de Dios. Al decir que ‘si no dudamos’ Jesús nos enseña que la fe debe ser completa y pura, sin ningún elemento de duda. Esto se explica aún mejor según el evangelio de Marcos:
“Y Jesús respondió, diciéndoles: Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, le será concedido. Por eso os digo que todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán concedidas” (Mr 11:22-24)
De nuevo Jesús relaciona el poder de la fe con Dios y la oración: “Tened fe en Dios”, “todas las cosas por las que oréis y pidáis”, y para que la fe sea efectiva se ha de ejercer libre de cualquier duda, debe ser una certeza absoluta en recibir lo que se pide. Notemos que Jesús no dice que pidamos con la confianza que lo recibiremos, sino ¡creyendo que ya lo hemos recibido! Este es el tipo de fe que Jesús anima a sus discípulos a ejercer. Aprendemos más si consideramos un ejemplo de fe, como el de Pedro cuando Jesús anduvo sobre las aguas:
Estando los discípulos en una barca azotada por las olas, “Jesús vino a ellos andando sobre el mar”. Después de identificarse a los discípulos “Pedro, dijo: Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre las aguas. Y El dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús. Pero viendo la fuerza del viento tuvo miedo, y empezando a hundirse gritó, diciendo: ¡Señor, sálvame! Y al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14:22-31)
Jesús se presenta a sus discípulos en una nueva demostración de poder sobre los elementos naturales. Pedro desea participar de esa experiencia singular y piensa que él también podría caminar sobre las aguas; pero su creencia no está sujeta a su propio poder, sino que la condiciona a la voluntad de Jesús, por eso le pide: “mándame que vaya a ti sobre las aguas”. Cuando Jesús le dice “Ven”, inmediatamente Pedro obtiene la fe necesaria para pisar las aguas y empezar a caminar hacia Jesús. Todo fue bien, hasta que… puso su atención en “la fuerza del viento”, y al pensar en la posibilidad de hundirse tuvo miedo, y efectivamente, el miedo sustituyó su fe y empezó a hundirse. Pedro perdió su fe inicial porque se fijó en el peligro en vez de fijarse en quien le daba confianza. Su fe le duró muy poco, por eso Jesús le llamó “Hombre de poca fe”.
¿No nos sucede algo parecido? Sabemos que podemos contar con Dios en cualquier situación de nuestra vida; pero ocurre a veces, que dejamos de enfocar nuestra atención en el poder de Dios y pensamos más en aquello que nos produce angustia o temor. Entonces es cuando surgen las dudas y dejamos de "andar en la fe" En tal caso ¿Qué podemos hacer? Digamos como Pedro: "¡Señor, sálvame!" Entonces pongamos nuestra confianza en Dios y recordando siempre Su infinita capacidad y Su amorosa disposición a favor de quienes confían en Él.
Ver también: ¿Basta solo con tener fe para obtener lo que pedimos a Dios?
¿El poder de la fe hace posible todas las cosas? Eso es exactamente lo que dijo Jesús. Y en varias ocasiones lo ejemplifica con casos concretos, como cuando habla de mover montes:
“en verdad os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Pásate de aquí allá”, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt 17:20)
Jesús se estaba refiriendo a un monte literal al que posiblemente señalaba. Quería transmitirles el enorme efecto de la fe. Esto quiere decir que este tipo de fe de algún modo acciona y conduce la energía necesaria para la consecución de un objetivo. Pero ¿de qué tipo de fe está hablando Jesús?
“De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mt 21:21-22)
No se trata de un pretendido poder personal originado en la mente del individuo, sino de una fe depositada en lo que Dios puede hacer, de un convencimiento absoluto y pleno de que lo que ‘pedimos en oración’ lo recibiremos gracias al poder de Dios. Al decir que ‘si no dudamos’ Jesús nos enseña que la fe debe ser completa y pura, sin ningún elemento de duda. Esto se explica aún mejor según el evangelio de Marcos:
“Y Jesús respondió, diciéndoles: Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, le será concedido. Por eso os digo que todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que ya las habéis recibido, y os serán concedidas” (Mr 11:22-24)
De nuevo Jesús relaciona el poder de la fe con Dios y la oración: “Tened fe en Dios”, “todas las cosas por las que oréis y pidáis”, y para que la fe sea efectiva se ha de ejercer libre de cualquier duda, debe ser una certeza absoluta en recibir lo que se pide. Notemos que Jesús no dice que pidamos con la confianza que lo recibiremos, sino ¡creyendo que ya lo hemos recibido! Este es el tipo de fe que Jesús anima a sus discípulos a ejercer. Aprendemos más si consideramos un ejemplo de fe, como el de Pedro cuando Jesús anduvo sobre las aguas:
Estando los discípulos en una barca azotada por las olas, “Jesús vino a ellos andando sobre el mar”. Después de identificarse a los discípulos “Pedro, dijo: Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre las aguas. Y El dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús. Pero viendo la fuerza del viento tuvo miedo, y empezando a hundirse gritó, diciendo: ¡Señor, sálvame! Y al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14:22-31)
Jesús se presenta a sus discípulos en una nueva demostración de poder sobre los elementos naturales. Pedro desea participar de esa experiencia singular y piensa que él también podría caminar sobre las aguas; pero su creencia no está sujeta a su propio poder, sino que la condiciona a la voluntad de Jesús, por eso le pide: “mándame que vaya a ti sobre las aguas”. Cuando Jesús le dice “Ven”, inmediatamente Pedro obtiene la fe necesaria para pisar las aguas y empezar a caminar hacia Jesús. Todo fue bien, hasta que… puso su atención en “la fuerza del viento”, y al pensar en la posibilidad de hundirse tuvo miedo, y efectivamente, el miedo sustituyó su fe y empezó a hundirse. Pedro perdió su fe inicial porque se fijó en el peligro en vez de fijarse en quien le daba confianza. Su fe le duró muy poco, por eso Jesús le llamó “Hombre de poca fe”.
¿No nos sucede algo parecido? Sabemos que podemos contar con Dios en cualquier situación de nuestra vida; pero ocurre a veces, que dejamos de enfocar nuestra atención en el poder de Dios y pensamos más en aquello que nos produce angustia o temor. Entonces es cuando surgen las dudas y dejamos de "andar en la fe" En tal caso ¿Qué podemos hacer? Digamos como Pedro: "¡Señor, sálvame!" Entonces pongamos nuestra confianza en Dios y recordando siempre Su infinita capacidad y Su amorosa disposición a favor de quienes confían en Él.
Ver también: ¿Basta solo con tener fe para obtener lo que pedimos a Dios?
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)