sábado, 23 de octubre de 2021

Humilde de corazón

Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma” (Mt 11:29)

Justo antes de ser concebido en el vientre de María, Jesús fue descrito como “Hijo del Altísimo”, el rey de un ‘reino que no tendrá fin’, de modo que se produciría el nacimiento de la persona más grande y sobresaliente que jamás haya pisado la tierra, un nacimiento iniciado y controlado por Dios mismo, para Quien “no hay nada imposible” (Lu 1:31-37) ¿Cómo fue ese nacimiento? ¿Tuvo lugar en el templo, la casa de Dios, asistido por los principales líderes políticos y religiosos? No precisamente.

Aconteció que estando en Belén, y puesto que no había lugar para ellos en el cuarto de huéspedes, María dio a luz al niño en un establo y allí “lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre” (Lu 2:4-7) Puesto que no se encontró hospedaje, el nacimiento del Hijo de Dios tuvo lugar en el abandono de un establo, acostado en el hueco donde comían los animales. Un lugar indigno para la inmensa mayoría de nosotros ¿Quién dejaría que su hijo naciera en esas circunstancias? Pero así lo quiso Dios para su Hijo.

No sólo fue humilde el lugar de nacimiento, la mujer escogida por Dios para concebir a Su Hijo no era miembro de alguna familia destacada, sino fue una mujer sencilla y pobre (Lu 1:48; 2:23-24) Ninguno de nosotros ha podido elegir a su madre antes de nacer; pero Jesús sí pudo elegir, y al hacerlo prefirió a una mujer de “humilde condición” (Lu 1:48) Poco después un ángel anunció la buena nueva del nacimiento ¿A quiénes? No fue a gobernantes, líderes religiosos, ricos o poderosos, sino a unos sencillos pastores que cuidaban sus rebaños esa noche. (Lu 2:8-20)

Unos cuarenta días después, sus padres llevaron a Jesús a Jerusalén donde residían los diligentes del sistema religioso judío que en aquel tiempo esperaban la venida del Mesías ¿Se les comunicó la visita del Mesías, para así rendirle una majestuosa bienvenida? ¡Ni se enteraron! En cambio, estaban Simeón y Ana, viejecitos piadosos a quienes Dios concedió el privilegio de conocer a Su Hijo (Lu 2:25-38). Ya desde su nacimiento, Dios se complació en que Su Hijo se rodease de personas humildes y sencillas; y así fue durante el resto de su vida en la tierra, como al designar a sus doce apóstoles. Jesús no los buscó entre los más destacados eruditos religiosos, todo lo contrario, la mayoría “eran hombres sin letras y sin preparación” (Hch 4:13) y alguno como Mateo, tenía mala reputación entre el pueblo por haber sido recaudador de impuestos. Desde la óptica humana los apóstoles elegidos por Jesús eran de los menos calificados para llegar a ocupar esa posición.

A Jesús no le avergonzó en absoluto venir al mundo en unas circunstancias aparentemente tan indignas del “Hijo del Altísimo” y rodearse de personas sencillas (Lu 1:32). Está claro que no consideró en absoluto la posición social o económica, ni el prestigio humano que eso conlleva. No se fijó en ello, sencillamente porque para Dios esas cosas carecen de todo valor. Él nos mostró que el concepto humano de dignidad y grandeza es tremendamente ridículo e irreal cuando aprendemos el valor que las cosas tienen para Dios. Sí, ya desde el mismo principio, Jesús estableció una escala de valores muy distinta a la del mundo. Para ser seguidores de Jesús necesitamos aprender activamente cuáles son estos valores y eso pasa por imitar Su humildad de corazón. Seguimos a Jesús cuando rechazamos el prestigio social y económico que ofrece este mundo ¿Se nos hace difícil seguirle en este aspecto? Entonces reconozcamos humildemente que hemos de cambiar y pidamos a Dios Su ayuda.