El capítulo 11 del evangelio de Juan contiene uno de los pasajes más extraordinarios del evangelio. Los evangelios describen muchos milagros de Jesús, pero este es muy especial. Es con diferencia el milagro con el relato más extenso. Empieza cuando Jesús recibe la noticia de que su amigo Lázaro está enfermo, y en vez de ir a sanarlo permanece deliberadamente dos días en el lugar donde estaba. Cuando llega, ya hace cuatro días que su amigo está muerto. Marta, hermana de Lázaro, le dice a Jesús:
“Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn 11:21).
“Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le contestó: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final” (Jn 11:23-24).
Marta creía en la resurrección de los muertos que ocurrirá en el último día, y también sabía que Jesús realizó antes otras resurrecciones (Mr 5:21-24; 35-43; Lu 7:11-15; 8:49-56); pero estas ocurrieron muy poco tiempo después de producirse la muerte, cuando el cuerpo aún no había comenzado a deteriorarse; pero Lázaro ya llevaba cuatro días muerto, de modo que había entrado en proceso de descomposición y debía oler mal (Jn 11:39). Marta pensaba que en el caso de su hermano solo cabía esperar la resurrección en el último día. Pero Jesús hace esta asombrosa declaración:
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn 11:25-26).
En otras palabras, Marta no tenía que esperar hasta el día final, porque delante de ella estaba quien en sí mismo tiene la plena facultad de resucitar y dar vida. Sí, Jesús no era un simple ejecutor de milagros; sino que “En Él estaba la vida” (Jn 1:4), “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Jn 5:26), y “como el Padre levanta a los muertos, y les da vida; así también el Hijo a los que quiere da vida” (Jn 5:21).
Cuando Jesús ordena quitar la piedra del sepulcro, Marta objeta: “Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió” (Jn 11:39). A pesar de que creía que Jesús era el Hijo de Dios, aún no estaba convencida o no entendía del todo las palabras de Jesús; entonces “Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn 5:40). Y para eliminar esa incredulidad Jesús procede a confirmar su enseñanza, pero no con palabras, sino con hechos; no con teorías, sino con una definitiva demostración de poder. Y dirigiéndose al sepulcro clama a gran voz: “¡Lázaro, ven fuera!” (Jn 11:43) ¡Y Lázaro sale fuera! El cuerpo que llevaba cuatro días muerto cobra vida como si hubiera despertado de un sueño (Jn 11:11)
Este glorioso acto disipa todas las dudas. Ahora Marta puede entender bien lo que Jesús quería decir cuando dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Ahora llega a comprender que Jesús es el “Autor de la vida” (Hch 3:15), que tiene la potestad para dar vida en abundancia (Jn 10:10). Por eso, y debido a su significado tan trascendente, la resurrección es una de las enseñanzas más fundamentadas en las Escrituras que el propio Jesús mencionó repetidamente:
Quien atiende a los desfavorecidos será “recompensado en la resurrección de los justos” (Lu 14:14). Los que son dignos “de la resurrección de los muertos” viven para con Dios (Lu 20:34-38). “De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que oyeren vivirán”. “No os maravilléis de esto; porque viene la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; y los que hicieron mal, a resurrección de condenación” (Jn 5:25, 28-29). La voluntad del Padre es que “toda persona que al contemplar al Hijo crea en él, tendrá vida eterna” y será resucitado por el Hijo “en el último día” (Jn 6:40). Y por eso pudo decir que Él tiene “las llaves de la muerte y del Hades” (Ap 1:18), unas llaves que usará para realizar una primera y una segunda resurrección (Ap 20:5-6).
Jesús nos dice: “Les aseguro que todo el que preste atención a lo que digo, y crea en Dios, quien me envió, tendrá vida eterna” (Jn 5:24). “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Jn 5:11-12). Esta es la lección que debemos aprender: Sólo nuestro Señor tiene el poder y la voluntad de darnos la vida, eso no es prerrogativa de nadie más, y mucho menos de ningún ser humano. Entonces ¿A quién hemos de seguir? ¿A quién hemos de escuchar y obedecer?