martes, 8 de octubre de 2019

Nuestro único Señor

Jesús dijo: “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy” (Jn 13:13)

Todos los cristianos dicen que Jesucristo es su Señor, y dicen muy bien. De hecho, la expresión "nuestro Señor Jesucristo" que aparece más de 50 veces en el Nuevo Testamento (Según la versión Reina Valera Revisada 1960), es sin duda una de las expresiones más comúnmente utilizada en las iglesias. La palabra utilizada comúnmente para Señor es Kyrios, que en griego se utilizaba para amo, en contraposición a siervo o esclavo ¿Por qué Jesús es nuestro Amo y Señor? Las Escrituras responden:

Porque habéis sido comprados por precio” (1 Co 6:20)

Cristo “murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado” (2 Co 5:15)

Porque Cristo para esto murió, y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos, como de los que viven” (Ro 14:9)

Jesucristo es nuestro Amo y Señor porque nos compró con el precio de su sangre; es decir, entregó su vida en sacrificio para rescatarnos de la esclavitud al pecado y la muerte; de este modo, al aceptarle como nuestro Amo y Señor nos convertimos en sus siervos, cuyas vidas le pertenecen. No obstante, hay hombres que ostentando una autoridad religiosa pretenden ser considerados amos o señores sobre otros. Pero ¿Cuántos señores pueden tener los cristianos? Las Escrituras también responden:

Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos” (1 Co 8:6)

Un cuerpo, y un Espíritu, como sois también llamados en una misma esperanza de vuestro llamamiento. Un Señor, una fe, un bautismo” (Ef 4:4-5)

Las Escrituras no dejan lugar a dudas: no tenemos más que un Señor, Jesucristo. Esto quiere decir que sólo a Jesús debemos nuestra sumisión y obediencia. Sin embargo en la práctica y quizá sin darse cuenta, muchos se entregan al señorío de hombres que alegan ser representantes de Dios: desde pontífices o vicarios hasta predicadores o pastores, pasando por juntas directivas, etc. La gran mayoría de estos exigen de sus feligreses el acatamiento a sus propias normas y doctrinas, y esto les convierte de hecho en sus verdaderos señores, suplantando de esta forma el señorío de Cristo. Pero si hemos decidido que Jesús sea nuestro Señor, debemos ser cuidadosos sobre a quién sometemos nuestra voluntad. El apóstol Pablo es explícito en este punto al decir:

Ustedes fueron comprados [por Cristo] por un precio; no se vuelvan esclavos de nadie” (1 Co 7:23)

El precio que Jesús pagó por nosotros es tan elevado y precioso que debe generar en nosotros un profundo sentido de gratitud y dependencia hacia él, y eso implica que evitemos el sometimiento incondicional a cualquier hombre u organización. Si dejamos que algún sistema religioso nos ate a su credo y nos someta a su estructura de autoridad, entonces nos volvemos esclavos de otros hombres, relegando a Cristo a un segundo plano. Por eso, cuando recibimos cualquier consejo o indicación de otras personas, debemos confrontarlo en conciencia con las palabras, ejemplo y cualidades que Jesús manifestó, de esta forma le damos la honra propia de reconocerlo como nuestro único Señor.

Ahora bien, hay algo más implicado en reconocer a Jesús como nuestro Señor. A aquellos que se limitaban a llamarle Señor, Jesús les dijo:

¿Por qué me llaman ustedes “Señor, Señor”, y no hacen lo que les digo?” (Lu 6:46)

En efecto, podemos cantar y proclamar repetidamente que Jesús es nuestro Señor, pero si no hacemos lo que nos dice, entonces son palabras vacías, porque lo que realmente cuenta es obedecer sus mandatos y enseñanzas; sólo así demostramos que realmente lo reconocemos como nuestro Amo y Señor. Ahora bien ¿Cómo vamos a hacer lo que él dijo si desconocemos sus dichos? ¿Cómo vamos a obedecerlo si no leemos el Evangelio? Por eso, nuestra obediencia a él empieza por abrir nuestra biblia y conocer de primera mano cuáles son sus mandatos y enseñanzas.

Por tanto, mostremos a nuestro Salvador eterno agradecimiento considerándolo como nuestro único Amo y Señor. No permitamos que ningún hombre o sistema religioso nos esclavice, y demostremos mediante nuestra obediencia que realmente reconocemos a “nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A él sea la gloria ahora y para siempre! Amén” (2 Pe 3:18).


No hay comentarios :

Publicar un comentario