“Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado.” (Romanos 6:6-7)
Es muy interesante la norma divina: “el que muere queda liberado del pecado”; o como dice la traducción Nacar Colunga: “el que muere, queda absuelto de su pecado”. Si los inicuos cuando mueren quedan liberados del pecado. ¿Cómo es posible que después de morir, reciban otro castigo infinitamente más severo, por una culpa de la que ya han sido absueltos con la muerte?
“¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia.” (Romanos 6:16)Quien es esclavo del pecado es llevado a la muerte, no a un castigo de sufrimiento eterno.
“Cuando ustedes eran esclavos del pecado, estaban libres del dominio de la justicia. ¿Qué fruto cosechaban entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que conducen a la muerte! Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna.” (Romanos 6:20-22)El fruto del pecado es vergonzoso y conduce a la muerte; el fruto de la justicia es la santidad y conduce a la vida eterna. Aquí hace una comparación de las consecuencias por seguir tras el pecado, o seguir tras la justicia. El resultado del pecado es la muerte, el resultado de la justicia es la vida eterna. Se menciona el concepto de eternidad, pero solo se aplica a los que siguen tras la justicia, no a quienes siguen tras el pecado. Para estos solo se menciona el concepto de muerte, no un estado de sufrimiento consciente y eterno.
“Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (Romanos 6:23)Aquí se resume el contraste de ambos resultados; pero además introduce un matiz interesante: La muerte es la paga del pecado; es decir, es la retribución justa que corresponde a quienes siguen tras el pecado. En cambio, la vida eterna no se ofrece como una retribución justa, sino como una dádiva o regalo que Dios da a quienes siguen tras la justicia.
Fijémonos bien: la vida eterna es el regalo para los justos, pero lo contrario de la vida, que es la muerte, es el destino de los pecadores. Si el infierno de sufrimiento eterno fuera una realidad, no se entendería que no se mencionara en este capítulo, y en concreto en este versículo, donde se introduce el concepto de la eternidad como la dádiva de Dios.
Por lo tanto, la lectura de este capítulo lleva a estas conclusiones:
No se hace ninguna mención de algo parecido a un castigo de sufrimiento eterno. En las cuatro ocasiones que señala el resultado del pecado, en todas ellas indistintamente se habla de muerte sin más.
Si Pablo hubiera sabido y creído en el concepto del infierno tradicional, sería inevitable que lo mencionara en este capítulo que habla de dos tipos de destino, el de pecadores y el de justos. El hecho de que no lo haga es evidencia de que esa enseñanza no existía en la mente del apóstol.
Y la norma de que “el que muere queda liberado del pecado”, deja sin ningún sentido la existencia del sufrimiento eterno como un segundo castigo por la misma culpa que ya ha sido absuelta.
Por lo tanto, a la luz de este pasaje queda excluida la idea del infierno tradicional de sufrimiento eterno.