lunes, 30 de septiembre de 2019

Jesús, antes de llamarse Jesús

Antes de nacer como hombre, Jesús fue el Hijo que “estaba en el principio con Dios” (Jn 1:1-2), siendo “antes de todas las cosas” (Col 1:17), “el primogénito de toda creación” (Col 1:15). No solo eso, es además el “Hijo unigénito” de Dios (Jn 3:16) [1] en virtud de su posición singularmente especial entre todos los hijos de Dios. Parte de esta singularidad se manifiesta en el hecho de que “en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles”; “todo fue creado por medio de él” (Col 1:16) y “sin El nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn 1:3).

Pero ser “Hijo unigénito” significa más. Implica además la existencia de una única y esencial relación de Dios con su Hijo, algo que se expresa en esta frase: “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre” (Jn 1:18); lo cual quiere decir que Jesús se hallaba en la posición más cercana con Dios, donde compartía sus consideraciones y era objeto constante del amor del Padre. Dicha relación conlleva necesariamente un profundo y rico conocimiento entre Él y el Padre; por eso dijo: “el Padre me conoce, y yo conozco al Padre” (Jn 10:15), y este profundo conocimiento es la razón de ser “la imagen del Dios invisible” (Col 1:15), la fiel representación de Dios, el único que manifiesta perfectamente las características del Padre: sus pensamientos, carácter y voluntad. Por eso pudo decir: “el que me ve, ve al que me envió” (Jn 12:45) o “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9). Por todo esto y más, en su existencia pre humana, Jesús disfrutó de la “gloria como del unigénito del Padre” (Jn 1:14).

Y fue precisamente a este hijo, a su Hijo unigénito, a quien Dios decidió enviar al mundo: “En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de El” (1 Jn 4:9). Por amor a la humanidad, Dios envió a Jesús al mundo. Así lo confirmó Jesús: “Yo no he venido por mi propia cuenta” (Jn 7:28), “salí de Dios y vine de El” (Jn 8:42). Y así fue, “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gál 4:4), y porque nació de mujer se pudo referir a sí mismo como “Hijo del hombre” (Mt 8:20); es decir, Hijo de la humanidad; lo que entre otras cosas significa que su inicio humano se gestó en la matriz de una mujer y nació y vivió como hombre. Por consiguiente, cuando vivió en la tierra fue tanto “Hijo de Dios” como “Hijo del hombre”, algo necesario, porque de esta manera Jesús pudo ser el perfecto mediador entre Dios y los hombres y el único que pudo asumir el papel de redentor de la humanidad.

A medida que observemos sus actos y sus dichos, y como se relacionó con las personas de su generación, tengamos presente Quien fue realmente Jesús antes de venir a la tierra, porque de esta forma conoceremos y apreciaremos más los valores que rigen su vida.

NOTAS

[1] La expresión “Hijo unigénito” no se debe entender en el sentido de que Dios solo tuvo a Jesús como hijo, ya que otras criaturas también son llamadas “hijos de Dios” (Job 1:6; Lu 3:38). Más bien, el término “unigénito” se ha de entender en el sentido de ser el único que recibe una especial consideración de parte de Dios; tal como Isaac, el hijo de Abraham, fue llamado por Dios como “tu hijo, tu único, a quien amas”, a pesar de que Abraham tuvo más hijos (Gé 22:2; 16:15; 25:1-2)