lunes, 23 de noviembre de 2015

La llave del entendimiento bíblico

¿No pertenecen a Dios las interpretaciones?”  (Génesis 40:8)

Los buscadores de la verdad saben bien que solo a Dios pertenece la correcta interpretación de Su palabra; y que, al igual que esta fue transmitida por Su espíritu (2 Pedro 1:21), también se requiere de Su espíritu para ser entendida.

Jesús mismo anunció que “el Espíritu de la verdad” guiaría a sus discípulos “a toda la verdad” (Juan 16:13) Pablo expresó su deseo de que ‘Dios conceda espíritu de sabiduría que revele un conocimiento profundo de él’ (Efesios 1:17); y hablando sobre “el misterio de la sabiduría de Dios”, y sobre lo que “Dios ha preparado para quienes lo aman”, dijo a los corintios: “Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios […] Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido”  (1 Corintios 2:7-12 NVI) “Los que no tienen el Espíritu de Dios no aceptan las enseñanzas espirituales, pues las consideran una tontería. Y tampoco pueden entenderlas, porque no tienen el Espíritu de Dios. En cambio, los que tienen el Espíritu de Dios todo lo examinan y todo lo entienden” (1 Corintios 2:14-15 TLA)


Así que, la capacidad de llegar al correcto entendimiento de la Biblia no depende tanto de la cantidad de conocimiento bíblico, y mucho menos del reconocimiento intelectual que se posea. Se trata de un don (Hechos 2:38) que Dios libremente concede mediante Su espíritu. Gracias a él podemos adquirir ‘entendimiento para aprender sus mandamientos’  (Salmos 119:73 NVI); “conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual” (Colosenses 1:9 NVI); e incluso podemos descubrir “los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:2-3)


¿Quiénes reciben el espíritu santo?
Jesús dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. […]
si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
” (Lucas 11:9-13)
En efecto, Dios desea que le pidamos Su espíritu. Hemos de pedir, buscar y llamar cuantas veces sean necesarias. Pero a nuestra petición incansable debemos añadir un importante ingrediente:

Si alguno de ustedes no tiene sabiduría, pídasela a Dios. Él se la da a todos en abundancia, sin echarles nada en cara. Eso sí, debe pedirla con la seguridad de que Dios se la dará” (Santiago 1:5-6 TLA)


Hemos de confiar que nuestro Padre celestial nos ama y desea lo mejor para nosotros; por eso, podemos pedirle ‘con la seguridad de que nos la dará’. Pero hay otro factor aún más determinante:

el Espíritu Santo, el cual Dios ha dado a los que le obedecen” (Hechos 5:32 LBLA)
Dios, que conoce el corazón humano, mostró que los aceptaba dándoles el Espíritu Santo”  (Hechos 15:8 NVI)
Efectivamente, Dios conoce y acepta a quienes les obedecen con sinceridad de corazón. Es decir, el modo como utilizamos el conocimiento que ya tenemos, es lo que determina si somos aceptados por Dios, dándonos Su espíritu como muestra de su aceptación.

Por eso, hemos de preguntarnos: ¿Qué hacemos con el conocimiento bíblico que sí entendemos sin dificultad? ¿Hacemos todo lo posible por obedecer lo que ya sabemos? Por ejemplo, no se necesita ninguna revelación especial para entender lo que significa ‘amar al prójimo como a sí mismo’ (Mateo 22:39) ¿Ponemos toda nuestra voluntad en obedecer este gran, y a la vez, sencillo mandamiento? Nuestra actitud a los mandamientos básicos determina que Dios nos conceda entendimiento de Su palabra.


En esta misma línea haremos bien en recordar y tomar ejemplo del profeta Daniel. Su profunda y leal devoción hizo que Dios lo considerara “muy estimado” (Daniel 9:23; 10:11, 19) En el contexto de una visión, el ángel Gabriel le dijo: “Daniel, he salido ahora para darte sabiduría y entendimiento. Al principio de tus súplicas se dio la orden, y he venido para explicártela, porque eres muy estimado; pon atención a la orden y entiende la visión” (Daniel 9:22-23) En efecto, Dios se deleita en dar sabiduría y entendimiento a quienes le son “muy estimados”.


¿Tenemos el espíritu santo?
el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.” (Gálatas 5:22-23)
Al igual que la savia invisible de un árbol hace posible su crecimiento hasta producir fruto visible; si permitimos que el espíritu invisible de Dios fluya en nuestras mentes y corazones, éste necesariamente se debe exteriorizar en nuestras vidas por medio de cualidades espirituales que son perceptibles a todos.

Por tanto, para discernir si estamos adquiriendo el don del espíritu de Dios, debemos preguntarnos: ¿Se me conoce por ser amoroso, pacífico, paciente, bondadoso, fiel, humilde y con dominio propio? La manifestación de dichas cualidades es evidencia de que el espíritu de Dios fluye en nuestras vidas.


Por supuesto, la función y la importancia del espíritu santo va mucho más allá de la compresión de las Escrituras; pero esto debe servir para que los buscadores de la verdad bíblica tengamos muy presente que nunca podremos averiguar nada por nosotros mismos. Es esencial estar conscientes de nuestra total dependencia al espíritu de Dios; y por esa razón, necesitamos que Dios nos encuentre aptos mediante obedecer de corazón todo aquello que ya entendemos, a la vez que manifestamos el fruto del espíritu santo. Si esa es nuestra condición espiritual, Dios nos invita a pedir Su espíritu con la seguridad que nos dará la llave que nos permita entrar y descubrir “plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual” (Colosenses 1:9 NVI).

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Buscando con buena actitud de corazón

Después que Jesús realizara milagros en tres ciudades, al ver la desfavorable reacción de sus habitantes exclamó:
Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios y entendidos, y se las has revelado a estos que son como niños. Sí Padre, porque así te agradó.” (Mateo 11:25-26 PDT)
Más adelante, otros escritores bíblicos insisten en la misma idea: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Santiago 4:6); Dios confunde “el entendimiento de los inteligentes”, mostrando que “no hay tal cosa como sabios, o expertos en la Biblia, o gente que cree tener todas las respuestas” (1 Corintios 1:19-20 TLA); en cambio, escoge a los que “desde el punto de vista humano, son débiles, despreciables y de poca importancia, para que los que se creen muy importantes se den cuenta de que en realidad no lo son” (1 Corintios 1:28 TLA)

Aquí tenemos una de las primeras claves para acceder a las verdades bíblicas. No se trata de adquisición de conocimientos, ni de técnicas de estudio; se trata de la buena actitud de corazón. A Dios le agrada esconder Su conocimiento a los intelectualmente orgullosos, a los autosuficientes; en cambio, Le complace revelar Su verdad a los que son como niños, los considerados de poca importancia.

¿Quiénes son? Son los humildes de corazón; los que siendo conscientes de su ignorancia, manifiestan un sincero deseo por aprender de Dios; captando con natural sencillez Sus enseñanzas.

Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y El enderezará tus sendas. No seas sabio a tus propios ojos, teme al Señor y apártate del mal” (Proverbios 3:5-7)
El humilde buscador ama a Dios sobre todas las cosas y confía en Él con todo su corazón; por esa razón, sólo busca la Verdad de Dios; no se conforma con menos. No le interesan las doctrinas humanas por muy defendidas y extendidas que estén; pero aún va más allá, tampoco le interesan las creencias erróneas que él mismo pueda estar albergando.

Tiene la mente lo suficientemente abierta como para reconocer que con toda probabilidad posee doctrinas que no proceden de Dios; y por eso, asume la necesidad de tener que desaprender conceptos y enseñanzas erróneas; a la vez que sabe que hay muchas y maravillosas verdades que le esperan ser descubiertas.

Su temor reverente a Dios y a Su verdad; hace que tengan mucho cuidado para que sus conclusiones bíblicas no sean el producto de deseos personales o de su excesiva confianza en otros hombres. Los buenos buscadores estudian la Biblia para averiguar la Verdad de Dios, no para apuntalar sus propias creencias.

Si después de realizar una completa investigación, comprueban que la evidencia bíblica señala hacia una determinada interpretación, el buen buscador decide aceptarla como palabra de Dios, aunque eso signifique romper con esquemas anteriores.

¿Ha venido la presunción? Entonces vendrá la deshonra; pero la sabiduría está con los modestos” (Proverbios 11:2)
Los buenos buscadores de la verdad bíblica se complacen en compartir con otros los pedacitos de verdad que vayan encontrando; pero tienen cuidado de no desarrollar una actitud presuntuosa que le lleve a creerse, algo así como el conducto exclusivo de Dios. Al contrario, saben bien que el espíritu de Dios está sobre “muchos” (Daniel 12:4); y por esa razón, están al tanto del conocimiento que Dios pueda transmitirles mediante otros humildes buscadores.

No se apresuran a juzgar una enseñanza como falsa sin antes examinar su apoyo bíblico. Su experiencia les enseña que deben ser prudentes; porque lo que a veces se considera una doctrina errónea, tras una investigación cabal, resulta ser una verdad procedente de Dios.

Tampoco tienen ningún problema en reconocer sus carencias sobre algún aspecto, que de momento no entiendan suficientemente. Saben del grave error que es pretender “ajustar con calzador” explicaciones sin apoyo bíblico, con el fin de que encajen en una determinada línea de creencias. Esta práctica, además de ser desleal con la voluntad divina, llega a ser un obstáculo insuperable para llegar al verdadero entendimiento bíblico. Los buscadores sinceros y leales optan por esperar pacientemente a que Dios algún día revele el correcto entendimiento.

Así, Dios no revela Su Verdad a todo el mundo; sino sólo a los que mantienen una buena actitud de corazón: las personas sencillas y humildes, que modestamente confían en Él con todo su corazón y están dispuestas a sacrificar sus creencias personales por las muchas y maravillosas enseñanzas que Dios les tiene reservadas.