Esta cuestión se aborda en una conversación que Jesús mantuvo con una samaritana. En el transcurso de la misma, la mujer le dijo:
“Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Juan 4:20)
La mujer apuntaba a lo que parece que era una discusión recurrente entre judíos y samaritanos ¿Dónde se había de adorar: en el monte Gerizín ubicado en Samaria, o en Jerusalén? ¿Quién tenía razón? Pero Jesús evade esa cuestión cuando le dice:
“Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos” (Juan 4:21-22)
Jesús viene a decirle que no hay razón para discutir sobre en qué lugar se debe adorar porque en ninguno de ellos se adorará al Padre. También le hace ver que, al contrario de los samaritanos, los judíos sabían lo que adoraban. Por eso, llama la atención que en el centro de adoración judío se dejara de adorar a Dios.
Es importante destacar que desde su inauguración, el templo de Jerusalén fue considerado como el centro de la adoración verdadera. A lo largo de muchos siglos, fue un edificio grandioso y suntuoso donde tenía lugar el culto a Dios en la forma de sacrificios, oraciones, cánticos, incienso aromático, etc. Cuando fue inaugurado, ‘la gloria de Dios llenó Su casa’ (1 Reyes 8:11) y desde entonces, fue reconocido como la morada permanente de Dios, o como la casa de Dios (2 Crónicas 15:17) Incluso Jesús se refirió al templo como la casa de su Padre (Juan 2:16; Lucas 2:49) Así que, no cabe duda del papel relevante que en los días de Jesús tuvo el templo como único lugar especialmente acreditado en la adoración a Dios; sin embargo, eso pronto cambiaría. Fue con relación al templo que Jesús profetizó: “En verdad os digo: no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada” (Mateo 24:1-2 LBA) Así fue, en solo unas pocas décadas el templo fue destruido; y aunque esa destrucción fue ejecutada por los ejércitos romanos, la verdadera causa fue porque Dios lo abandonó a su destrucción, cumpliendo las palabras de Jesús: “Su templo quedará abandonado” (Mateo 23:38 TLA)
Dios decidió abandonar el edificio que fue considerado Su casa y desde entonces no existe ningún lugar especialmente dedicado a su adoración ¿Por qué? ¿Cuál fue la principal razón de este cambio? De nuevo, la respuesta la da Jesús cuando le dijo a la samaritana:
“Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24)
Con esta declaración Jesús presentó un nuevo paradigma en la adoración a Dios. Ya no se requeriría de ningún edificio o lugar donde se realizaran rituales específicos de adoración. Los verdaderos adoradores ya no enfocarían su devoción en cosas que se pudieran ver y palpar. A partir de ahí, a Dios sólo le importa la adoración que es plenamente espiritual, el tipo de adoración que procede de un corazón sincero. Es más, una vez que Cristo ascendió al Padre se produce un sorprendente traslado en el Espíritu de Dios, algo que Pablo explica así a los creyentes de Corinto:
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16-17) “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19; ver también 2 Corintios 6:14-18; Efesios 2:19-22)
En efecto, el Espíritu de Dios dejó de estar en el lugar físico sagrado del Templo para habitar en el cuerpo de los verdaderos adoradores, de modo que habita y se mueve entre ellos. ¡No tenemos que ir a ningún templo porque nosotros somos el templo de Dios! No tenemos que ir a un determinado lugar físico porque nuestra adoración tiene lugar en lo que hacemos en nuestro vivir diario (Romanos 12:1-2) Así de sencillo.
Pero ¿No habla la Biblia de la iglesia? Muchas veces; pero nunca como edificio religioso. Tanto para Jesús como para sus primeros discípulos, la palabra “iglesia” describía la asamblea o comunidad de creyentes, bien en el ámbito local o general. (Ver NOTA) Es más, en el Nuevo Testamento no hay ninguna mención ni sugerencia de que los primeros cristianos tuvieran un edificio reservado para reunirse y adorar a Dios. La Biblia nos dice que los cristianos utilizaban sus casas particulares para congregarse (Ver Hechos 12:12; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15) En los primeros doscientos años del cristianismo, no hay constancia de edificios de iglesia. Es evidente que para los primeros cristianos los edificios religiosos no tenían ninguna consideración o significado especial.
En resumen, con la venida de Jesús se cambió el modo de adorar a Dios. Desde entonces la adoración verdadera no consiste en asistir a edificios o centros religiosos en la creencia de que es especialmente en esos lugares donde Dios recibe la adoración, ya que el Espíritu de Dios dejó de estar en el Templo para habitar en los creyentes ¡Nosotros somos el templo de Dios! Cuando la Biblia habla de iglesia siempre se refiere a la comunidad de creyentes, nunca a un edificio religioso. Por tanto, y puesto que el Espíritu de Dios habita en los verdaderos adoradores, la adoración verdadera abarca toda nuestra vida y todas nuestras actividades diarias sin importar el lugar ni las circunstancias (Colosenses 3:17, 23-24). Lo único importante para Dios es que se realice en espíritu y en verdad.
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NOTA
El diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento de W. E. Vine dice sobre el término griego ekklesia, de cual se traduce “iglesia”:
ekklesia, (de ek, fuera de, y klesis, llamamiento. de kaleo, llamar). Se usaba entre los griegos de un cuerpo de ciudadanos reunido para considerar asuntos de estado (Hch 19.39) […] Tiene dos aplicaciones a compañías de cristianos, (a) de toda la compañía de los redimidos a través de la era presente, la compañía de la que Cristo dijo: «edificaré mi iglesia» (Mt 16.18), y que es descrita adicionalmente como «la iglesia, la cual es su cuerpo» (Ef 1.22; 5.22), (b) en número singular (p.ej., Mt 18.17), a una compañía formada por creyentes profesos (p.ej., Hch 20.28; 1 Co 1.2; Gl 1.13. 1 Ts 1.1; 1 Ti 3.5), y en plural, refiriéndose a las iglesias en un distrito.