sábado, 2 de enero de 2016

Conservación del texto bíblico - II

Copias del Nuevo Testamento

Se ha de reconocer que en los manuscritos existentes del Nuevo Testamento abundan las variaciones textuales provocadas sobre todo por el error humano y el gran número de copias que se han hecho y que, con el tiempo, han reproducido e incrementado estas variaciones.

Para tratar este problema, los expertos han elaborado la disciplina denominada crítica textual, que consiste en el estudio y comparación de los manuscritos disponibles con el fin de obtener lo más fielmente posible el texto original. Para conseguir este objetivo, la crítica textual emplea diversos criterios: antigüedad, lugar geográfico, origen de la información, prácticas y costumbres de los copistas, etc. De este modo se hace posible identificar y corregir cualquier variación significativa.

Pero como fácilmente se adivina, la posibilidad de conseguir el texto original es directamente proporcional al número de manuscritos disponibles y a la antigüedad de los mismos. ¿Se dan estos requerimientos en los manuscritos del Nuevo Testamento?

En primer lugar, el número de manuscritos del N.T. que tenemos es mucho mayor que el de cualquier otra obra de literatura antigua, exceptuando el A.T. Existen más de 5.500 manuscritos griegos y leccionarios (pasajes bíblicos usados para leerlos en oficios religiosos) ya sea completos o fragmentarios.

En segundo lugar, el tiempo transcurrido de los primeros manuscritos de sus autógrafos (escritos originales) es muy corto. El Códice Sinaítico escrito alrededor de 350 d.C. es la copia más antigua que tenemos de todo el N.T., pero incluso existen fragmentos fechados a principios del segundo siglo, tan sólo unos 40 años después de escribirse el original.

En tercer lugar, a diferencia del A.T., los libros del Nuevo Testamento no tuvieron que esperar mucho para ser traducidos. La cantidad de manuscritos descubiertos en otros idiomas asciende a más de 8.000, cuyas versiones más antiguas datan del alrededor del año 180 d.C.

En cuarto lugar, tenemos el valioso y abundante testimonio de los escritores cristianos comúnmente conocidos como “los padres de la iglesia”. Las obras de estos escritores contienen tantas citas directas del N.T. (más de 32.000), que algunos expertos han opinado que “si todas las fuentes de nuestro conocimiento del Nuevo Testamento fuesen destruidas, éstas serían suficientes por sí solas para reconstruir prácticamente todo el Nuevo Testamento” (Bruce Metzger).

Todos estos factores proporcionan una cantidad tan extraordinaria de información que asegura la confirmación de disponer en esencia del mensaje original del Nuevo Testamento. Tampoco se ha de olvidar que los manuscritos antiguos del siglo II y III que han sobrevivido a nuestros tiempos, son los mismos que los cristianos contemporáneos utilizaron para fundamentar sus profundas creencias, otorgándoles de este modo la misma credibilidad que a los escritos originales. Esto añade una evidencia más a su veracidad.

Como conclusión sirva la cita de Frederic Kenyon, que con relación a unos papiros bíblicos escribió:
“La primera y más importante conclusión que se obtiene de examinarlos es la conclusión satisfactoria de que confirman la solidez esencial de los textos existentes. No se muestra ninguna variación sorprendente o fundamental ya sea en el Antiguo o el Nuevo Testamento. No hay omisiones o adiciones importantes de pasajes, y ninguna variación que afecte hechos o doctrinas vitales. Las variaciones del texto afectan asuntos leves, como el orden de las palabras o las palabras exactas que se usan.”

Una pregunta legítima

Hay una pregunta que merece legítima consideración: Dado que la Biblia se produjo por voluntad divina, ¿no pudo Dios conservar los manuscritos originales, al menos las “dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios”? (Éxodo 31:18) También Jesús pasó todo su ministerio impartiendo enseñanza inspirada, pero lamentablemente no dejó nada escrito. Hubiera sido muy de agradecer disponer de las enseñanzas de Jesús escrita “de su puño y letra” ¿Quién mejor que él para hacerlo? Pero dejó que esa tarea la realizaran sus discípulos con sus inevitables errores e incertidumbres. ¿Por qué optó Dios por dejar el registro y conservación de Su Palabra en manos de los hombres?

Se podría argumentar que hay inclinación natural de los hombres a idolatrar cualquier cosa de naturaleza divina. Si tuviéramos los escritos directos por Dios o Jesús en algún soporte duradero, es seguro que se utilizarían como objetos de adoración, algo que está en clara oposición a la voluntad de Dios (Éxodo 20:4)

Por otro lado, tengamos presente que el contenido del mensaje bíblico es de naturaleza espiritual. Como bien dice William Barclay: “en la Biblia se establece un contacto especial entre Dios y el hombre. De alguna manera, Dios y el hombre se encuentran en la Biblia. […] En un sentido único, la Biblia es el punto de reunión entre el Espíritu de Dios y el espíritu humano. Esta es la primera base esencial de cualquier doctrina de revelación e inspiración”

Por lo tanto, si el propósito inicial de la Biblia es que el hombre pueda contactar con el espíritu de Dios, es indiferente el soporte de la escritura o el autor material de esta. No hay ninguna objeción real para que Dios transmita Su espíritu a través de escritos producidos y reproducidos  por sus profetas, hombres que de verdad amaban y obedecían a Dios. Porque lo importante para nosotros es contactar con Su espíritu, éste se deja hallar en escritos humanos, a pesar de sus peculiaridades e inevitables imperfecciones.

Luego, la finalidad de los escritos divinos no se siente afectada por el soporte o la escritura, sino por el mensaje espiritual que transmiten esos escritos.

Códice Sinaítico



BIBLIOGRAFÍA
Armstrong Cox, Sergio. Introducción a la Biblia I y II
Wesley Comfort, Philip. El origen de la Biblia
Fyvie Bruce, Frederick. ¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?
Mcdowell, Josh. La fiabilidad de la Biblia
Paredes, Geycer. Historia de la Biblia
William Barclay. Introducción a la Biblia
BIBLIOGRAFÍA EN INTERNET





lunes, 28 de diciembre de 2015

Conservación del texto bíblico - I

Aunque Dios se ha comunicado con sus profetas de diversas maneras, tuvo a bien que su mensaje finalmente se pusiera por escrito:
Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro” (Éxodo 17:14)
Los estatutos y derechos y ley y mandamientos que os dio por escrito, cuidaréis siempre de ponerlos por obra” (2 Reyes 17:37)
Ve, pues, ahora, y escribe esta visión en una tabla delante de ellos, y regístrala en un libro, para que quede hasta el día postrero, eternamente y para siempre” (Isaías 30:8)

Pues bien, ¿Dónde están los libros originales, los autógrafos, para que podamos consultarlos? Parece que no existen. Los materiales que se utilizaron para escribirlos probablemente desaparecieron con el tiempo. Así que es imposible consultarlos.

Conocemos la Biblia a través de multitud de copias sucesivas que se han ido realizando a lo largo del tiempo. Esto no presentaría ningún problema si las copias hubieran sido impresas, de modo que todas fueran idénticas. Pero la imprenta no se implantó hasta el siglo XV. Esto quiere decir que hasta ese tiempo todas las copias se hacían a mano por un período de hasta 3.000 años. Claro está, copiar un documento a mano conlleva el riesgo inevitable de cometer errores, y ese riesgo se hace acumulativo cuando las copias se hacen de otras copias, estas sobre otras, y así sucesivamente…; lo que provoca que con el tiempo, el número de errores acumulados sea mayor.

Ante esto, surge la cuestión de si las copias que tenemos ahora mantienen el mismo mensaje que Dios transmitió a sus profetas. ¿Disponemos de la auténtica Palabra de Dios o solo contamos con copias desfiguradas carentes del mensaje original?

Copistas del Antiguo Testamento

La misma Biblia menciona el mandato de copiar las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, con respecto a los futuros reyes de Israel Dios dijo:
Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas” (Deuteronomio 17:18) 
La Biblia también menciona por nombre a copistas o escribas, tales como Sadoc o Safán (Nehemías 13:13; Jeremías 36:10) El escriba más conocido es Esdras, autor del libro que lleva su nombre:
este Esdras subió de Babilonia. Era escriba diligente en la ley de Moisés, que Jehová Dios de Israel había dado” (Esdras 7:6) 
Como se ve, en Israel ya se reconocía la profesión del escriba o soferim. A partir del siglo VI d.C. los masoretas heredan la labor de los soferines. Gracias a la labor de estos copistas, a lo largo de los siglos se han producido miles de copias; y aunque gran parte de ellas se han perdido, actualmente se conservan más de 6.000 manuscritos del Antiguo Testamento, una cantidad que sobrepasa por mucho a los de cualquier obra clásica de la antigüedad.

Además de su ingente productividad, los soferim y los masoretas, sobre todo eran copistas profesionales que sentían auténtica devoción por su trabajo, convirtiéndose en los guardianes del texto del Antiguo Testamento. La profunda reverencia que estos hombres sentían por las Sagradas Escrituras les hacia desempeñar su labor con gran responsabilidad y una meticulosidad extrema. Tal era su obsesión perfeccionista que incluso llegaban a contar las letras para asegurarse que no faltara ni sobrara ninguna de ellas; y si al final detectaban el más mínimo error, rechazaban toda la sección y la escribían de nuevo.

Pero a pesar de todo, con el tiempo se fueron introduciendo errores involuntarios, incluso algunos copistas se tomaron libertades al introducir intencionadamente modificaciones en el texto. ¿Hasta qué punto afectó esto a la confiabilidad del texto bíblico que tenemos ahora? Para comprobarlo disponemos de la prueba del algodón: los Rollos del Mar Muerto.

Los rollos del Mar Muerto

En el año 1947 tuvo lugar el comienzo de un hallazgo bíblico de gran importancia. Hasta ese entonces los manuscritos más antiguos del Antiguo Testamento que se conocían eran del siglo IX después de Cristo, pero el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto reveló la existencia de más de 200 manuscritos correspondientes al texto hebreo y escritos entre los siglos III a.C. y I d.C. Esto quiere decir que entre los manuscritos más antiguos que se disponían hasta los recientemente descubiertos transcurrió un período de mil años. Se compararon unos con otros para ver el grado de similitud entre ellos; y en un sentido general los expertos concuerdan que los Rollos del Mar Muerto confirman la exactitud del texto hebreo que teníamos hasta entonces.

Como dijo el profesor Millar Burrows: “maravilla el hecho de que a través de algo así como mil años el texto haya tenido tan poca alteración”. Se puede decir que el texto del Antiguo Testamento se ha transmitido fielmente a lo largo de los siglos, gracias a la cuidadosa labor de los soferim y masoretas.

Por lo tanto, podemos leer el Antiguo Testamento con confianza de que estamos ante el mensaje que Dios trasmitió a sus profetas.

Rollo de Isaías (Mar Muerto)


BIBLIOGRAFÍA
Armstrong Cox, Sergio. Introducción a la Biblia I y II
Wesley Comfort, Philip. El origen de la Biblia
Mcdowell, Josh. La fiabilidad de la Biblia
Paredes, Geycer. Historia de la Biblia
BIBLIOGRAFÍA EN INTERNET