domingo, 7 de febrero de 2016

Medidas higiénico sanitarias

Para sus necesidades deberán ustedes tener un lugar fuera del campamento. En su equipo deberán llevar siempre una estaca, para que cuando tengan que hacer sus necesidades, hagan un hoyo con la estaca y luego, cuando hayan terminado, tapen con tierra el excremento. […] el campamento de ustedes debe ser un lugar santo” (Deuteronomio 23:12-14)
Esta es una de las medidas sanitarias que, a través de Moisés, Dios mandó al pueblo de Israel. Deberían disponer siempre de una estaca, y cuando tuvieran necesidad, utilizarla  para enterrar los excrementos en un hoyo. Dios les dio este precepto para que el campamento fuera un lugar santo, un término que en la Biblia denota el concepto de limpieza. 

¿Qué importancia tiene este mandato emitido hace más de 3.000 años? Mucha, su aplicación evitó que muchos israelitas enfermaran y murieran debido a enfermedades infecciosas transmitidas por insectos. Incluso hoy en día, enfermedades tales como: el cólera, la tifoidea y la diarrea están provocando la muerte de miles de personas, especialmente niños; muertes que podrían haberse evitado aplicando la sencilla medida escrita en Deuteronomio.

Otras leyes dirigidas al pueblo de Israel, como el poner en cuarentena a los enfermos (Levítico 13:4), o la limpieza ceremonial (Levítico 11:39, 40; Números 19:19), también podían evitar enfermedades infecciosas. 

Hoy sabemos que todo este tipo de enfermedades son causadas por la transmisión de gérmenes, microorganismos invisibles que no comenzaron a descubrirse científicamente sino hasta el siglo XVII d. C. por Leeuwenhoek. Pero aún así, tuvieron que transcurrir dos siglos para que este descubrimiento fuera reconocido y aceptado por la comunidad científica, ya que “la idea de que organismos diminutos fueran capaces de matar a otros inmensamente mayores le parecía ridícula a mucha gente.” (Encarta - Microsoft Corporation)




Obviamente, más 3.000 años atrás, nadie podía imaginar la existencia de estos microorganismos. Es significativo que Moisés, quien escribió estos mandatos, ‘fue enseñado en toda la sabiduría de los egipcios’ (Hechos 7:22) Cabe preguntar: ¿qué tipo de “medicina” utilizaban los egipcios en aquel tiempo? Según el papiro de Ebers, era algo normal los tratamientos que incluían excrementos de animales y humanos para la cura de diversas dolencias; ingredientes que se aplicaban externamente e incluso ingiriéndolos. Estas “prácticas terapéuticas” eran comunes en los tiempos de Moisés; y en vista de esto, es muy revelador que en ese contexto cultural, Moisés transmitiera unas medidas higiénicas y sanitarias inéditas para aquellos tiempos, y que tenían como principio la existencia de microorganismos totalmente invisibles para el ojo humano.


No menos importante es comprobar que la Biblia está totalmente exenta de técnicas supersticiosas, anticientíficas y hasta nocivas; y sin embargo muy comunes en los tiempos bíblicos. Teniendo en cuenta, las numerosas páginas de la Biblia y el largo período de su escritura, esto sería altamente improbable para un libro de autoría humana. Es demasiado evidente que esta información no se originaba de Moisés, ni de ningún hombre, sino sólo de la “ciencia de Dios” (Romanos 11:33)

lunes, 1 de febrero de 2016

El ciclo del agua

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!  ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33) 
Precisamente porque el Autor intelectual de la Biblia es el Creador de todas las cosas, podemos esperar que la información contenida en Su Palabra esté en completa armonía con las realidades científicas que la humanidad va descubriendo. 

Es importante recordar que en el largo período transcurrido en la producción de la Biblia, la gran mayoría de las respuestas que se daban a los fenómenos naturales resultaron ser, desde meras suposiciones carentes de evidencia científica, hasta creencias claramente supersticiosas. Ello era debido entre otras razones, por el escaso y poco accesible conocimiento científico presente en aquellas épocas; y, por los casi inexistentes medios tecnológicos que permitieran realizar las necesarias pruebas científicas. 

Bajo ese contexto de escasez científica, es altamente interesante el examen de declaraciones bíblicas que tengan implicaciones científicas; ya que, sería muy significativo si resultaran científicamente exactas en una época de ignorancia al respecto. En tal caso, dispondríamos de una prueba irrefutable a favor de la autoría sobrehumana de la Biblia.

Relacionado con lo anterior, sería muy revelador que, después de comprobar dichas declaraciones bíblicas, éstas resulten estar exentas de ideas y conceptos equivocados que tan comunes eran en aquellos tiempos. De ser así, dispondríamos de otro poderoso argumento a favor de la autoría divina de la Biblia.

Con tal propósito, examinamos algunos fenómenos naturales a los cuales se hacen referencia en la Biblia, tal como el ciclo del agua.

Los ríos van todos al mar, pero el mar nunca se llena; y vuelven los ríos a su origen para recorrer el mismo camino” (Eclesiastés 1:7, Dios Habla Hoy)
De esta forma tan sencilla la Biblia describe lo que se conoce como el ciclo del agua. Notamos que las dos primeras afirmaciones son bastante obvias porque son fácilmente observables. Podemos comprobar que todos los ríos se dirigen al mar, no obstante el mar mantiene su volumen. Sin embargo, la declaración de que “los ríos vuelven a su origen para recorrer el mismo camino” ya no es tan observable. ¿Cómo pueden los ríos volver a su origen? Sabemos que básicamente se debe a la sucesión de tres fenómenos:

1) La evaporación: el calor del Sol hace que el agua del mar se convierta en vapor.

2) La condensación: el vapor se convierte en gotitas de agua formando las nubes.

3) La precipitación: cuando las gotitas de las nubes se hacen pesadas se precipitan sobre la Tierra en forma de lluvia.



Pero este conocimiento se lo debemos a la labor de hombres, que a lo largo del tiempo investigaron hasta obtener las conclusiones científicas que hoy conocemos. Aunque se cree que en el año 500 a. C. los chinos ya tenían alguna comprensión sobre el ciclo del agua, en las demás culturas antiguas prácticamente se desconocía. La dificultad principal consistía en explicar por qué el nivel de los mares no se elevaba a pesar del continuo aporte de los ríos. En el intento de explicar este suceso natural se sucedían diferentes teorías, como por ejemplo, la postulada por los filósofos griegos al decir que el agua de los ríos procedía del agua de mar que de alguna forma era absorbida por las montañas, y que al ascender a las cimas salía convertida en agua dulce. 

Fue en el siglo I d. C. cuando un filósofo llamado Marcus Vitruvius registró las primeras observaciones al respecto; y así, hasta que en el siglo XVII las investigaciones y pruebas realizadas por los europeos Pierre Perrault y Edmond Halley demostraron científicamente el funcionamiento de lo que hoy conocemos como ciclo hidrológico. 

Mucho tiempo antes de que el hombre obtuviera estas conclusiones científicas, y en medio de diversas especulaciones infundadas, algunos escritores de la Biblia ya habían referido la existencia y funcionamiento real de este ciclo natural. Ya hemos comentado Eclesiastés 1:7, pero no es la única referencia bíblica que existe. Otro escritor, el profeta Amós alude al ciclo con otras palabras:
buscad al […] que llama a las aguas del mar, y las derrama sobre la faz de la tierra; Jehová es su nombre.” (Amós 5:8)
El Señor, Jehová […] llama las aguas del mar, y sobre la faz de la tierra las derrama; Jehová es su nombre” (Amós 9:5-6)
Aquí la expresión ‘llamar a las aguas del mar’ se usa para referirse al proceso de evaporación. Pero todavía más directa es la descripción que proporciona el libro de Job:
Dios […] atrae las gotas de las aguas, al transformarse el vapor en lluvia, la cual destilan las nubes, goteando en abundancia sobre los hombres” (Job 36:26-28)
Sí, aquí tenemos mención explícita del fenómeno de la evaporación, que hace que el agua sea atraída hacia arriba para finalmente transformarse en lluvia.

Estos tres libros - Job, Amós y Eclesiastés - fueron escritos muchos siglos antes de Cristo. Las menciones al ciclo del agua no tienen el propósito de enseñar ciencias naturales; es información que se ofrece de soslayo, pero con asombroso rigor científico. ¿Cómo llegaron a saber estos hombres la existencia del ciclo de agua y el fenómeno invisible de la evaporación? ¿Quién les enseñó? La Biblia responde: Es Aquel que “todo lo sabe” (Job 37:16, Nacar Colunga), el que “infundió sabiduría a las nubes” (Job 38:36, Biblia Martin Nieto) y quién “puede someter a las nubes, y vaciar los estanques del cielo” (Job 38:37, Biblia Latinoamericana), Dios, el Creador y conocedor de todas las cosas (Apocalipsis 4:11)