miércoles, 8 de junio de 2016

El infierno: lo opuesto a la justicia de Dios

La doctrina del infierno tradicional enseña que cuando las personas inicuas mueren son enviadas a un lugar o estado donde todas experimentan el mismo sufrimiento eterno. Esto implica que:
  1. Los pecados practicados a lo largo de una corta vida son castigados por Dios durante toda la eternidad.
     
  2. No importa el grado de culpabilidad que se haya incurrido, pues al final todos los inicuos reciben el mismo castigo. Por ejemplo, un ladrón impenitente que haya vivido hace miles de años habrá sufrido mucho más que otros inicuos, que como Hitler, han decidido la muerte de millones de personas.  
La consideración de estas implicaciones lleva a dudar, o de la justicia de Dios, o de la realidad del infierno tradicional. Por eso, es importante considerar la pregunta: ¿Muestra la Biblia que Dios sea justo?

Para empezar, en ningún lugar de la Biblia se declara que Dios sea injusto o actúe injustamente. Por lo contrario y, al igual que sucede con la cualidad del amor, la Biblia contiene numerosas declaraciones respecto a Su justicia. Por ejemplo, dice que “todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto” (Deuteronomio 32:4); “Dios es un juez justo”  (Salmos 7:11); “Jehová es justo, y ama la justicia”  (Salmos 11:7); “Clemente y justo es el Señor; sí, compasivo es nuestro Dios” (Salmos 116:5), y “El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus obras”  (Salmos 145:17)

Pero más que declarar la justicia de Dios, la Biblia demuestra la verdad de esas declaraciones al observar sus tratos con la humanidad. Vemos algunos de los más representativos:


El juicio a Sodoma y Gomorra

Antes de destruir totalmente las ciudades de Sodoma y Gomorra, Dios le comunicó su decisión a Abraham. Entonces dijo Abraham: “¿En verdad destruirás al justo junto con el impío? Tal vez haya cincuenta justos dentro de la ciudad; ¿en verdad la destruirás y no perdonarás el lugar por amor a los cincuenta justos que hay en ella? Lejos de ti hacer tal cosa: matar al justo con el impío, de modo que el justo y el impío sean tratados de la misma manera. ¡Lejos de ti! El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia? Entonces el Señor dijo: Si hallo en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo el lugar por consideración a ellos.”

Abraham volvió a plantear a Dios varias veces la misma pregunta pero reduciendo la cantidad de posibles justos, hasta llegar a preguntarle si destruiría las ciudades si se hallaran solo diez justos; a lo cual respondió el Señor: “No la destruiré por consideración a los diez” (Génesis 18:23-32)

Aquí aprendemos dos cosas: Abraham sabía que Dios ‘no iba a tratar de la misma manera al justo y al impío’. Es decir, Abraham sabía por experiencia que Dios juzga de forma equitativa a sus criaturas humanas. Conocía a Dios mucho más que cualquiera de nosotros. Si para Abraham era inconcebible que tratara injustamente a los habitantes de Sodoma ¡Cuánto más lo hubiera sido el castigo del infierno eterno!

Por otro lado, a Abraham le parecía que en esas ciudades tenían que haber más personas justas, cuando lo cierto es que no había ni siquiera diez. De esto aprendemos que nuestra percepción de los asuntos puede ser muy limitada, lo que muchas veces nos lleva a cometer errores de juicio. En cambio, Dios posee toda la información necesaria, lo que le permite actuar con pleno derecho como “el Juez de toda la tierra”.


“Ojo por ojo” 
Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.” (Deuteronomio 19:16-21)  
Esta es una porción de la ley que Dios otorgó a Israel, donde se manifiesta que el castigo debe ser correspondiente a la gravedad del delito infringido. Este es un principio fundamental que se percibe en toda la ley divina; un principio justo, que incluso Dios se sintió obligado a cumplir por la forma de rescatar a la humanidad del pecado y la muerte (Juan 3:16; Romanos 5:8) 

Ahora bien, los maestros del infierno tradicional enseñan que los inicuos son castigados por toda la eternidad por delitos transcurridos en un espacio de tiempo relativamente muy corto. Teniendo en cuenta el principio de “ojo por ojo”, está claro que el castigo del infierno sería enormemente desproporcional e injusto; y por lo tanto, inconcebible bajo la justicia de Dios.

Aún ni el juez más injusto podría dictaminar un castigo tan despiadado como el que se quiere atribuir a Dios en la doctrina del infierno de sufrimiento eterno. “¿Será el hombre más justo que Dios? ¿Será el varón más limpio que el que lo hizo?” (Job 4:17)

Dios está dispuesto a mitigar el castigo

En una de sus parábolas, Cristo dijo: “Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.” (Lucas 12:47-48)

Incluso David, siendo hombre imperfecto, clamaba a Dios por un castigo equitativo a los inicuos: “Dales conforme a su obra, y conforme a la perversidad de sus hechos; dales su merecido conforme a la obra de sus manos.”  (Salmos 28:4)

Notamos la disposición de Dios a castigar según la intencionalidad y la proporción de la culpa; todo lo contrario del juicio extremista del infierno tradicional.

La justicia de Dios exige castigo…, pero justo

Ahora bien ¿Qué enseña la palabra de Dios sobre cuál es el juicio justo para los inicuos impenitentes?
He aquí, todas las almas son mías; tanto el alma del padre como el alma del hijo mías son. El alma que peque, ésa morirá” (Ezequiel 18:4) 
porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado” (Romanos 6:7)
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23) 
Estas declaraciones enseñan claramente que la muerte paga o libera de toda la deuda causada por el pecado. Por lo tanto, el castigo de los pecadores es volver al estado de inexistencia que tenían antes de nacer. Este dictamen encaja perfectamente con la justicia de Dios. 

No obstante; aunque no hay sufrimiento tras la muerte, Dios nunca se complace en la muerte de nadie: “¿Acaso me complazco yo en la muerte del impío —declara el Señor Dios— y no en que se aparte de sus caminos y viva?” (Ezequiel 18:23) Su deseo es que todos vivan para siempre en obediencia a sus amorosos preceptos. Por eso, aún la muerte definitiva es ejecutada por Dios con dolor porque no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9)
  
Conclusión

La Biblia presenta a Dios como alguien “justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus obras” (Salmos 145:17) La propia justicia de Dios le hace tener en cuenta la gravedad y duración del delito, así como cualquier circunstancia atenuante que permitan rebajar el castigo (2 Samuel 11 y 12)

Puesto que Dios ha demostrado ser justo ¿Cómo va otorgar vida eterna con el único fin de hacer sufrir a quienes han vivido una vida temporal de pecado? A ningún hombre se le puede llamar bueno o justo comparado con Dios. Si no podemos imaginar a ningún juez humano decretar tan injusto castigo ¡Cuánto menos a Dios que dio a su Hijo para limpiarnos de todo pecado! (1 Juan 1:7)

Por eso, atribuir a Dios la autoría del infierno tradicional, es incurrir en difamación hacia Su inmaculada justicia. Como dice su palabra: “los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos” (Salmos 19:9)

No hay comentarios :

Publicar un comentario