lunes, 7 de octubre de 2019

Jesús, el Camino que lleva al Padre

Cuando se habla sobre elegir una u otra religión, a veces se dice que todos los caminos llevan a Dios, dando a entender que al final las religiones solo son distintos caminos que conducen a la aprobación de Dios ¿Pero es esto cierto? Jesús es concluyente cuando nos dice: “Yo soy el camino”; “nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14:6).

Antes que Jesús, los profetas habían señalado la obediencia a los preceptos de Dios como “el camino” que debían seguir (Dt 5:32-33), pero Jesús va más allá. Él no solo nos informa cuál es el camino, Él ES el camino. Es como si nos dijera: en vez de señalarte por dónde ir, mejor ven conmigo y te llevo al Padre. Ya que Jesús es el único mediador entre Dios y nosotros, se puede decir correctamente que Él ha abierto el camino a Dios, en el sentido de que Su sacrificio nos abre un “camino nuevo y vivo” para entrar “en el Lugar Santísimo” (Heb 10:19-20).

Es interesante notar que al principio los primeros discípulos no eran conocidos como cristianos, sino como los del “Camino” (Hch 9:2; 19:9, 23; 24:14, 22), como Apolos que “había sido instruido en el camino del Señor” (Hch 18:25). Los primeros discípulos veían el vivir en obediencia a Cristo como el único Camino que querían andar hasta el final.

Pero examinando el contexto del capítulo 14 de Juan, notamos la interesante relación que Jesús hace entre el caminar a nuestro Padre celestial y el hecho de conocerle. Y es que acercarse al Padre y conocerle son conceptos inseparables, porque sólo podemos progresar hacia el Padre en la medida que lo conocemos ¿Pero cómo podemos conocer a Quien nadie ha visto? Jesús nos responde: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (Jn 14:7), y “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9). Es decir, podemos conocer al Padre a quien nadie ha visto, a través de Jesús quien sí fue visto y al que sí podemos “ver” en las páginas de los evangelios.

Jesús es el camino que nos lleva al verdadero conocimiento del Padre, porque es tal la unidad armoniosa entre ellos dos, que cuando “vemos” a Jesús hablar y actuar, es como si viéramos al Padre hablando y actuando en la misma situación. Si el amor reina en la vida y enseñanzas de Jesús es porque el amor es el principal atributo del Padre (Jn 13:34; 15:13; 1 Juan 4:8); si Jesús enseña repetidamente la importancia de la humildad es porque para el Padre, la humildad es una cualidad imprescindible (Mt 23:12; Jn 13:13-17; 1 Pe 5:5; Snt 4:6); si Jesús solo se fija en la condición del corazón y no se detiene en lo externo es porque al Padre solo le importa lo que somos en nuestro interior (Mt 15:18-19; 1 Sa 16:7). Ver a Jesús es cómo ver al Padre. Esto debe abrirnos una nueva y gran dimensión de lo que representa Jesús para nosotros. Si de verdad deseamos conocer al Padre debemos fijar nuestra atención en Jesús, porque a través de él se revela el carácter del Padre. Si tenemos presente esta verdad miraremos con otros ojos todos los relatos y vivencias de Jesús.

Por lo tanto, no hay otro modo para conocer y llegar a Dios sino a través de Jesucristo. La Biblia nos dice que “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte” (Pr 14:12). No dejemos que ninguna iglesia ni organización religiosa reemplace el verdadero Camino que nos lleva a Dios. No tenemos necesidad de que nadie nos indique el camino porque el Camino ya está trazado en los evangelios; y la manera de andar en el Camino no consiste en enredarse en discusiones teológicas estériles, sino en escuchar a Jesús, mirarle y seguir “sus pasos” (1 Pe 2:21), llegando a estar “arraigados y sobreedificados en él” (Col 2:6). Si así lo hacemos comprobaremos que Jesús es un Camino vivo que nos fortalece y nos guía cada día, experimentando un amoroso cuidado que la Biblia expresa en estas palabras: “Ya sea que te desvíes a la derecha o a la izquierda, tus oídos percibirán a tus espaldas una voz que te dirá: «Este es el camino; síguelo»” (Is 30:21).


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